jueves, 30 de mayo de 2013

Percances que cambian la vida

Cuando fue citada a la mañana siguiente en el despacho del gerente, ella ya sabía que era para recoger la carta de despido. Vistió sus mejores prensa, se maquilló como cada día, pero más despacio, se perfumó sutilmente, por si una fiesta se cruzara en su camino, desayunó sin apetito café cortado y una ensaimada. Llegó a la hora acordada. En efecto, recogió un sobre que contenía la carta de despido. En ese momento estaba presente quien hasta entonces fue su jefe y, ocasionalmente, también amante. Él se habituó a un polvo esporádico de vez en cuando, y ella lo satisfacía con dedicación y detalles que jamás confesó a nadie.

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Pero con el paso del tiempo se fue mostrando esquiva a esos encuentros supuestamente fortuitos. Desde unos meses atrás había iniciado una relación permanente con un hombre a quien no amaba del todo, pero del que estaba segura acabaría enamorada con el paso del tiempo. El directivo no supo soportar sus continuos rechazos, su actitud esquiva. El sobre esgrimiría cualquier otra razón para sumarla a las largas listas de desempleados, pero ella sabía que detrás de aquella medida solo había la sensación confirmada de un hombre despechado. En aquel prestigioso almacén, era habitual el intercambio de favores sexuales a cambio de una estabilidad laboral improbable de mantener de otra manera.

Bajó la escalera mirando un espacio que ahora le parecía extraño y ajeno a su vida, salió a la calle y entró en el primer bar que encontró, pidió un vino y otro vino, se desabrochó un botón más de la blusa que para mostrar un aire más seductor, se soltó el pelo. Después llamó al hombre que empezaba a amar y le dijo que se verían al día siguiente, que ahora se encontraba mal. Sintió que una lágrima resbalaba hasta los labios, y se prometió que sería la última. Alguien le ofreció un pañuelo, de tela, de los que ya nadie usa. Le miró. Era alto, informal, discreto, atractivo. Gracias, le dijo. El camarero los vio salir juntos, cuando ya atardecía, riendo ella sus supuestas ocurrencias. Él se detuvo a mitad de la calle y ella lo esperó. Estaban besándose sin compasión, cuando su antiguo jefe cruzó el paso de cebra y un vehículo le advirtió con un golpe de claxon que el semáforo lucía la luz roja. Ella no se percató de su presencia. Estaba muy afanada en definir su futuro más inmediato.

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