domingo, 19 de mayo de 2013

Vivir sin sueños

El día amanece con algunas nubes, y un sol tímido anuncia un día deshidratado, por momentos claro y otros cubierto. Desde la ventana, él mira una primavera irregular, una existencia arbitraria, un porvenir enigmático. Hoy no quiere abrir el periódico, porque los titulares de primera página dibujan un mapa de relieves sinuosos cruzado de cordilleras imposibles. Hoy no saldrá a beber cerveza. Mejor, abre un libro, aunque no lea, y deja que la memoria difumine recuerdos prescindibles y esparza por doquier trozos de algunos sueños que él percibe de manera irregular.

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Hoy también apagará el móvil, probablemente cierre las ventanas, baje las persianas, se encierre con él mismo, y aún con el libro abierto entre las manos imaginará una historia que no está escrita en ningún libro y que él ha buscado entre tantas páginas leídas. Tal vez, lo mejor será escribirla, se plantea desde muy adentro. Si no está escrita, lo mejor será que yo la escriba. Lo lleva pensando días, meses, años. Pero nunca se sienta delante de la pantalla del ordenador e intenta componer las primeras frases de una historia que nunca ha leído. De golpe, se da cuenta del error.

Se viste como para una fiesta o un encuentro fortuito, sube las persianas, abre ventanas y puertas. Respira el aire de afuera y se dice que, antes de escribir, mejor será vivir esa historia que tanto sueña. Acaso ahí radica el enigma. Ahora pinta una sonrisa sujeta con pinzas, pero propia. El mundo, a veces, es una sospecha. Y otras, una posibilidad. La literatura es la carpintería que sustenta los sueños. Pero las historias deben ser propias. Y los sueños no son sino la vida transformada en imágenes que se difuminan al nacer el día. O eso cree.

Para empezar, el mundo ya no le asusta. Y eso se le antoja sintomático, e incluso divertido. Por lo demás, anota en un papel, es probable que se pueda vivir sin sueños. No le parece nada ingenioso, pero le gusta. El viento mueve de lugar algunas nubes, pero eso tampoco le parece trascendente. Vuelve sobre la misma idea: vivir sin sueños. Acaso, vuelve a escribir, los sueños desvíen nuestra atención de la propia vida. A él le parecen interesantes sus propias insinuaciones. Seguirá pensando en ello. A lo mejor se dedica el resto de su vida a pensar en eso, en que se puede vivir sin sueños.

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