martes, 14 de mayo de 2013

Betina González: “No existe la posibilidad de romper para construir algo”

Betina González (Buenos Aires, 1972) publica Las poseídas, novela con la que obtuvo el VIII Premio Tusquets, donde desentraña el choque entre el mundo de los jóvenes y de los adultos, y como telón de fondo la sensación de pérdida que envuelve el aire después de una dictadura militar. La autora ha escritora la novela que un día quiso leer, donde plasma “lo maravilloso y lo terrible que es ser una chica de 16 años”.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

Las poseídas es una novela hiperbólica, envuelta en un ambiente sombrío, una historia bien cerrada y bien escrita que apunta hacia donde quiere ir su autora en sus próximos libros. Ahora reescribe su tesis doctoral, La conspiración de la forma, que publicará próximamente con otro título y que acerca al lector a textos menores del siglo XIX latinoamericano.

Betina González es doctora en literatura latinoamericana por la Universidad de Pittsburg y es profesora en la Universidad de Buenos Aires. Su primera novela se titula Arte menor, con la que obtuvo en 2006 el Premio Clarín.

—Es usted la primera mujer que gana el Premio Tusquets de novela. ¿Ya está bien de tanto hombre?

(Ríe). La verdad, yo no me había dado cuenta que era la primera mujer. No era lo que había mirado. Después me lo hicieron notar. Sí, es notable, pero también es un premio que solo tienen ocho ganadores. Podría haber sido yo o podría haber sido otra. Podría haber ocurrido antes.

—Como dijo Beatriz de Moura, su libro es la recreación del despertar sexual de la adolescencia pero también la actitud desafiante ante la herencia de los adultos. Y usted ha dicho: “El mundo de los adultos es el mundo de la decepción”.

—¿He dicho eso? No me acuerdo. En la novela es doble la decepción. Como en cualquier novela de iniciación, está este choque entre el joven y el adulto, ese momento en que descubrimos que el mundo del adulto es una farsa porque siempre gana el mal. Pero aquí se junta con el trasfondo político. Entonces, la decepción es doble.

Porque es un momento, la transición entre la dictadura y la democracia, pero también, verdaderamente, para estas chicas, de hacerse conscientes de que no hay mucha esperanza por la lucha o por un cambio. Querrían oponerse a eso pero tienen la conciencia de que todos fueron diezmados, los jóvenes de los 70 que eran los que tenían un proyecto colectivo.

—He leído que la suya era una novela sobre la dictadura pero, después de haberla leído, creo que no lo es. Sí hay un ambiente sombrío, oscuro, que delata que proviene de ahí.

—Me gusta que resaltes eso, porque no es una novela de la dictadura. Y eso también tiene que ver con mi camino como escritora. Me di cuenta de que funcionaba mejor, era más potente, conservarlo en el fondo de la novela y componer como uno o dos detalles significativos de la época, que narrar eso con fechas, nombres, como ya se hizo. Se hizo mucho. Le daba a la novela un espesor y una oscuridad muy propios que conectaban con otras oscuridades de la novela.

—Y con esa oscuridad de fondo, usted describe el mundo de dos amigas atormentadas, extraviadas, en un colegio religioso de Buenos Aires.

—Sí, bueno. Qué puedo decir de eso. ¿Atormentadas? Sí, una más que otra. La narradora, no tanto. Las dos extraviadas, sí. En distinta forma de construcción son personajes en los que quise plasmar lo maravilloso y lo terrible que es ser una chica de 16 años. Porque en esa época de la vida todo te pasa con todo.

Las emociones son muy fuertes y todo parece definitivo y melodramático. Por algo empieza con lo del suicidio. Pero los dos personajes están trabajados con esta idea del desdoblamiento del adolescente. Una que se siente poseída y la otra con el juego entre la primera y la tercera persona con esto de interiorizar la mirada de los otros, que es lo que pasa mucho en la adolescencia.

—La novela mezcla el género gótico y el policial, está escrita en primera persona y con un realismo “desenfocado”.

—Sí. ¿Qué quise decir con eso? Tiene que ver con el camino que yo hice como escritora. Mi primer libro, Arte menor, era una novela bastante clásica, convencional, muy realista, a mi juicio, ahora, demasiado. Y con el tiempo me fui dando cuenta que esa no es la estética que yo quería trabajar. Tenía que saber cómo escribir una novela así porque hay que saberlo para ponerse a otra cosa. Pero el problema es el realismo, que es un realismo que puede caer fácilmente en lo local, y eso no es una ganancia, es una pérdida.

Entonces, deliberadamente, Las poseídas tiene una estética, en el lenguaje, muy despojada, y lo que remite a lo local es poco. Las chicas hablan y hablan de manera despojada también, no producen la oralidad etnográfica de estos personajes deliberadamente. En ese sentido, no es una novela que uno pueda leer en clave realista, que está esperando que el lector crea exactamente que todo ocurrió así, en clave realista. Sí, de hecho, la novela es hiperbólica. Los procedimientos que usa están tomados del gótico. Es la exageración.

—Esta es la novela que hubiera querido leer a los 16 años. Escasean las novelas sobre adolescentes en la literatura en español. ¿Por qué?

—Es un tema descuidado. Hay más novelas de adolescentes varones. Los cuentos de Rodolfo Walsh, La ciudad y los perros de Vargas Llosa, aunque no es adolescencia, es un poquito después. Me parece que el mundo masculino ha sido más contado. No recuerdo ningún relato que específicamente ocurra en ese ámbito, en el ámbito de la escuela para chicas. Debe haber. Tal vez haya. No conozco todo.

Claro, se ha narrado lo femenino desde otros lugares pero, como novela de iniciación y de este modo, me parece que no lo había. Como lectura, de alguna forma, tenía siempre esta novela en la cabeza, pero cuando terminé de darme cuenta de esto, de que no había tantos relatos de ese mundo, decidí que igual me daba por escribirlo.

—Un intento de suicidio recorre todas las páginas del libro. Escribe usted: “Tener 16 años en aquella época era tener un corazón de piedra, había que salir a romperlo todo”.

—Bueno, se te endurece el corazón. Si tú convives con el horror todos los días, te levantas y hay noticias nuevas sobre los crímenes que cometieron en la dictadura, y estás todo el tiempo recibiendo esa realidad, no te queda otra, una sensación de bronca porque ya pasó y no pudiste hacer nada. La bronca pero también la posibilidad de frustración porque no existe, como te decía antes, la posibilidad de romper para construir algo, sino que parece que fuera imposible construir.

—Usted ha negado que la novela sea autobiográfica, pero yo pienso que no la hubiera escrito si no hubiese estado en un colegio católico y no hubiese dejado tanta huella personal en ella. No en los datos concretos, sino en esa sensación de angustia que envuelve el libro.

—Desde ese punto de vista hay una conexión con lo personal. Conocí ese mundo muy de adentro, lo podía narrar por eso. Pero también todas las instituciones católicas tienen cierta universalidad. En Estados Unidos yo estudié en una universidad un tiempo y es lo mismo. No es lo autobiográfico. Es la percepción de ese mundo. Yo creo que para ser escritor hay que tener un mundo y una mirada del mundo. Eso no se puede enseñar.

—Lo que más me gusta de su novela es el lenguaje, muy bien manejado, y una estructura bien cerrada.

—Es fundamental. Para que yo pueda disfrutar como lectora de un libro, tiene que haber trabajo con el lenguaje. Ese es mi problema con cierto realismo. Es decir, si tú apuestas a tener una novela donde tu narrador es primera persona pero lo estás haciendo de manera tan realista, tan casi etnográfica, que tienes al personaje como hablando durante páginas, te perdiste toda la posibilidad de trabajar con el lenguaje.

A no ser que sea un personaje muy refinado y entonces podrás hablar en metáforas o podrás citar a Nietszche o lo que sea, pero eso no va a ocurrir en general. Me aburre mucho ese tipo de libro. Y, como te digo, eso fue un camino. Esta novela está más cerca de la escritora que yo quiero ser. O sea, los próximos libros posiblemente sigan con esa estética despojada. El lenguaje es importantísimo, pero sin estructura no hay novela.

—Habla de influencias de Cortázar o García Márquez.

—Como lectora. Yo tenía 16 años y estaba leyendo a esos escritores y, digamos, eran el modelo del escritor latinoamericano, lo que yo tenía en la cabeza al leer a Cortázar o a García Márquez. Entonces, era más como una imagen de qué era ser escritor en América Latina y que era posible ser escritor en América Latina y ser reconocido y ser un escritor universal. Pero no son modelos concretos. Más la literatura norteamericana.

—¿No le interesa Sergio Olguín, también argentino y premio Tusquets?

—Bueno, solo leí esa novela, Oscura monótona sangre. Te la comes. Tiene una gran virtud, que te la quieres terminar. Desde el punto de vista de la estética, tiene ese realismo muy etnográfico, que es una estética que no comparto. Es de otra generación.

—Pronto publicará La conspiración de la forma, un estudio sobre textos menores del siglo XIX latinoamericano.

—Cambiará el título. Fue mi tesis. Cuando deje de viajar, tengo que volver a revisar ese manuscrito porque me están esperando los editores para que lo haga. ¿De qué se trataba? El siglo XIX latinoamericano es importantísimo pero siempre se estudió la novela. A mí me encanta el siglo XIX de todas partes. Trabajé con que sería como una literatura moral: el teatro y la fábula. Más que la fábula, los textos que trabajan con el animal parlante. Trabajé en México, Argentina y Brasil, y me lo pasé muy bien leyendo a Machado de Asís, que es el mejor escritor latinoamericano del siglo XIX.

Publicado en el diario Córdoba el 9 de mayo de 2013

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