sábado, 27 de septiembre de 2014

Una segunda oportunidad

Pensó que aquella era su última oportunidad. Había aparcado el vehículo subido a la acera, frente a un restaurante tailandés que frecuentó en otros años después de noches de copas y excesos. Entonces, solo por un instante, la ciudad le pareció más vieja y oscura, como sacada de una pesadilla. Reconoció las farolas que daban una luz amarilla, los comercios cerrados, el bullicio de los bares abarrotados de borrachos inmisericordes. Se reconoció en cada uno de ellos, recorrió los años gastados junto a la barra, intentando construir una vida decente, diseñada conforme a los deseos de ella. Pero aquello no funcionó.

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Ahora no importaba. Había logrado doblegar sus hábitos, olvidar los sinsabores que provocan las ilusiones marchitas. Después de todo –se decía-, había triunfado en un mundo que detestaba, gozaba de una economía saneada, su prestigio profesional atravesaba uno de sus mejores momentos y el futuro auguraba una vida pletórica de placeres mundanos.

La había visto al girar el volante y tomar la calle de la izquierda donde ahora está, junto al coche, pensando si todo o algo valió la pena, si en realidad había logrado olvidarla. De nuevo al volante, salió de dudas. Sabía que la vida nunca ofrece una segunda oportunidad.

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