martes, 23 de septiembre de 2014

La casa

Nunca quiso volver a este lugar, cruzar el mismo sendero asombrado de árboles centenarios, la fuente lagrimeando su chorro de agua cristalina y fría, la casa vacía, enhiesta pese a los años y los temporales de invierno, las habitaciones húmedas, sin vida, o con la vida traspapelada por sus paredes, en el aire contenido, estancado, de ayer.

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Aquí se conocieron. Eran jóvenes. Les sobraba el tiempo. El mismo que ahora ella reclama a nadie, ni a ella misma. Para qué. El mundo es otro. Quién lo hubiese imaginado. Tan distinto del que soñaron. No sabe a dónde fueron las cortinas plisadas, los libros manoseados de leerlos y soñarlos, con anotaciones en sus márgenes, con frases de amor desperdigadas entre sus páginas, criptografía que solo ellos dos sabían descifrar.

Pero quién sabe interpretar los sentimientos cuando el agua empaña su grafía y los días, inmisericordes, se suceden sin pausa y sin dar muestras de alivio ni sospecha alguna de solución o de luz. La casa está vacía, como el tiempo venidero, huero de abrazos y de viajes. Ella desciende la colina verde hasta alcanzar un lago amarillo de margaritas. La carretera, al fondo, y tan cerca, anuncia el mundo al que regresa, de donde nunca debió salir para recordar este rincón del pasado que sigue inalterable en lo más hondo de ella.

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