domingo, 21 de septiembre de 2014

Sin salida

No hay salida. Ella lo sabe. Lee ese letrero que la lleva a la calle pero, aunque ya fuera, piensa que está en el mismo lugar. Porque salir de uno mismo, abandonar el cuerpo a un lado y pasear para recogerlo más tarde no les está permitido a los seres humanos. Ella lo sabe, pero siempre le gustó traspasar los límites, cruzar fronteras prohibidas, para regresar luego al origen, al calor de la chimenea. Obsedida siempre por partir y luego regresar, en un viaje baldío, sin más beneficio que esa sensación múltiple de pensar que se puede habitar dos cuerpos y estar en dos espacios, sospechar que se puede estar aquí cuando en realidad ella quisiera estar allá.

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Indolente al desafío, a veces, se acurruca recogiendo entre sus brazos su cabeza, intentando abarcar el mundo que le es ajeno, en un esfuerzo inútil por conocer el horizonte que los sueños le muestran sin mesura. No hay otro desafío en sus entrañas que vulnerar la velocidad del tiempo, destripar las claves de la imaginación, ahuyentar los malos presagios que inmovilizan el alma.

Como si se mirara en un espejo remoto muy lejos de ella, se ve proyectada en un lugar remoto, pisando las huellas de alguien que no conoce y a quien sigue sin saber exactamente por qué. Después vuelve al lugar de origen y se ve acurrucada en un rincón de la habitación, hecha un ovillo, inmovilizada ante la sensación baldía que le confirma que jamás saldrá de la casa, como no lo hizo hasta ahora. Ahora sabe que no hay salida.

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