miércoles, 25 de marzo de 2015

A veces, basta con saber

El numen le dictaba otra belleza que no rechazó. Comenzó a dibujar con palabras un cuerpo inexistente, oriundo de un mundo onírico más que real, equilibrado, salvaje, con olor a madreselva, amarilla y rosácea, y a tierra mojada y agua de mar. Anotaba en su libreta no solo olores que le eran ajenos, sino también sensaciones táctiles de una mujer a la que nunca había abrazado. La imaginó andando la ciudad, con su música de gacela en celo, alertando a los buitres de un peligro inminente, y ella ausente al desvarío que atolondraba al gentío masculino a su paso por bares y restaurantes.

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Dejaba a su paso la sensación funesta de un perfume único y arrollador, leve, apenas sostenible en aquellos tugurios en los que el aire está infectado de metano y alcohol, de sudor obrero y de putas recicladas y serias, como su propio oficio. Ha venido a cambiar el destino de este hombre que la inventa en su imaginación y la conserva en las páginas de sus cuadernos, cuyo número va creciendo en los anaqueles impolutos de su présbite nostalgia. La va dejando ahí, página a página, como un puzle irresoluble y de piezas infinitas e incompletas.

En ese mundo propio no caben otros nombres ni otras siluetas que pudieran suplantar a la imagen imponente de esta mujer de nadie. A veces, solo a veces, se queda así, mirando el pozo vacío de sus sueños, sospechando que quizás en la oscuridad de la nada hallará desperdigados los únicos rastros posibles de su encarnación. Se niega a admitir que todo pueda ser un sueño, una corazonada innecesaria, arriesgada e irreal.
Lo piensa cuando abre los ojos y la ve. Es igual a la mujer que soñó -¿o es ella?-, pero más cercana, tangible como una magdalena y necesaria como un café a primera hora de la mañana (piensa que ha leído en exceso a Marcel Proust). La ve y eso le basta. No se acerca a insinuarle, a seducirla. Tira el cuaderno de notas a la papelera, paga el café, también el de ella, y sale a la calle, feliz e indiferente al tráfico de una mañana vulgar, satisfecho de saber que la obsesión que le perturbaba la vida no era solo un sueño. A veces, se dice insatisfecho, basta con saberlo.

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