miércoles, 7 de noviembre de 2012

El hombre que ella soñó

Ella siempre lo busca entre las enredaderas de un tiempo que se le escapa como un pez en la mano, un tiempo liviano de abrazos y de dudas, proclive a las indecisiones y las prórrogas. A veces lo tiene delante agotando las últimas horas de la tarde, cansado de los horarios elásticos y la vida monótona, pero no le dice nada.

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Va quemando los días como a quien le sobra una fortuna, con la sensación trucada de que el tiempo es un capital inagotable, con la ilusión argumentada de que el encuentro que hoy fue un naufragio sin víctimas mañana será una fiesta sin horarios.

No hay fecha para que ella tome una decisión, elija una sola palabra definitiva, le mire a los ojos con la certeza de que solamente lo quiere mirar a él. Hay miradas más poderosas que mil palabras y frases pronunciadas fuera de contexto, sin adjetivos ni yuxtaposiciones, que no dejan lugar a otra respuesta.

Sin embargo, nunca será así. Ella quiere elegir una cita con distancia en el tiempo para medir sus ademanes y sus palabras, quiere un lugar único con un mar de fondo sordo que no distraiga su mirada, quiere que él esté esperando con paciencia hasta que ella opte por esta bebida o por aquella ciudad, quiere que él espere sentado a que sus dudas se disuelvan como la oscuridad cuando amanece el día.

Así lleva desde que le conoció, hace ya unos meses o unos años. No lo recuerda, porque su pasión le frena para poder vivir otra vida o para construir otro edificio hasta donde alcanza su estatura de hombre mediano y vulgar. Pero ella lo ama desde que lo conoció, desde que escuchó sus primeras palabras, desde que la miró con la indiferencia con que la observa cada día, ausente de sus sentimientos y de sus impulsos refrenados.

Cada noche lo sueña no como es, sino como lo imagina. Más alto y alegre, más elegante y divertido, tan diferente que cuando despierta ya no lo recuerda igual porque sabe que las imágenes que dibujamos en los sueños no siempre se materializan como tales.

Tal vez esté más enamorada de ese hombre inventado que de este otro más real, pero no se la puede meter en razón porque el amor es una enfermedad terca como una mula, más próxima a la locura que a la felicidad y menos concreta pero más eficaz que la fiebre más abrasadora. Vive en una vida desfigurada que ya no reconoce porque sus ilusiones revueltas le perturban los sentidos hasta que lo ve, y cuando lo ve se le transmuta la mirada, se le agarrotan las manos, le tiemblan las piernas, porque confunde el amor con el miedo, y la pasión con el delirio.

Ya no sabe a quién ama más, si al hombre que inventa cada noche o a este otro que viste una vida simple con horarios ajustados de ciudadano responsable, si a aquel que la quiebra en los sueños con un amor de justicia o a este otro que la ignora a cada hora, que no la ve cuando está delante de él, porque busca a otra mujer que no es ella. Ella lo sospecha, pero el corazón conoce escondrijos para sobrevivir a los reveses más contumaces.

Un día despertó y lo vio distinto. No reconoció sus ojos ni su chaqueta impecable, ni recordó que ese cuerpo la abrazara alguna vez con aquella pasión descontrolada que habitaba sus noches. En ese instante supo que nunca lo amó, sino que había amado hasta la saciedad a este otro hombre de sus sueños que no existía en realidad pero que la había hecho feliz cada hora de su vida desde que conoció a este hombre con quien comparte mesa en el trabajo, y un horario fijo, y una cerveza en el bar de enfrente antes de partir cada uno para su hogar. Y ahora sabe que gracias a él puede conocer a otro hombre que no es él, que tampoco existe y que cada noche construye con más detalles cuando se tiende en la cama con la impaciencia de quien sabe que duerme sola, pero que alguien la espera para darle aliento y forma y movimiento.

Sabe que el amor es una ilusión, humo en el humo, que vaga en el ambiente como una sensación inescrutable y que se puede ser feliz amando a alguien que en realidad es nadie, que no existe y que no importa que no exista, como tampoco existe ese otro amor más real que todos inventamos algún día y adjudicamos a cualquier persona, depende del lugar y de la hora, hasta que los sueños acaban desbaratando esa ilusión baldía, esa sensación que ella quiere sufrir y que no logra adivinar sino en algunos libros y en algunos paisajes, pero que en nada se parece a aquel hombre de sus sueños que nunca existió y al que todavía tal vez ame con perdición y desenvoltura.

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