lunes, 24 de diciembre de 2012

Ninguna parte

Miro tus ojos orientales, grandes y cálidos, persiguiendo el aire de la mañana. Despiertas al día con una alegría intacta y limpia, como si nunca la hubieras usado hasta ahora, y es entonces cuando me tropiezo con tus ojos vivos de ave al acecho, vigía de sueños compartidos y de viajes truncados. Te recuestas a mi lado sin pedir nada, esperando que el día avance hasta su ecuador inexorablemente, y ahí tendida, inerte, conservas entera tu grandeza de animal salvaje, tu fidelidad de gatita doméstica, tu pronto bravío de yegua desbocada. Tus ojos escrutan el universo reducido de esta habitación que es nuestro mundo común, esta isla de sábanas tibias que habitamos voluntariamente cada noche y que no es sólo un lugar de encuentro sino el compromiso sólido de las sensaciones compartidas.

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Aquí, cuando no estás, abro la ventana para escuchar tu voz cuando me hablas desde muy lejos, cuando andas otras calles que no conozco ni conoceré, y sé por tus ojos que ahora no veo que estás junto a mí cuando la luna corona el cielo de estrellas fugaces. Miro tu almohada deshabitada y la sábana que se me queda grande con tu ausencia, y sé por eso que nunca te fuiste del todo de mi lado. No me gusta inventar tus ojos cuando no estás, porque no es posible reconstruir con las manos los días extraviados en la memoria, ni puedo ni quiero vivir otra vez las horas que me diste sólo para mí y por una sola vez, porque no se puede repetir el momento único ni el deseo que se trucó de sueño en vida. No quiero ser un impostor de mi propia vida, ni vivir del tiempo pasado, ni rendir cuentas al tiempo venidero en aguas amargas.

Miro tus ojos ahora que estás a mi lado para saber que es posible retar cualquier esperanza, hacer factible cualquier proyecto siempre que me cubras la espalda de dardos enemigos. Somos dos cuerpos que siempre quisieron ser un solo espíritu, si bien sólo alcanzamos, y no es poco, a ser dos cuerpos engarzados y confundidos, yo dentro de ti, inmerso en ese placer entero que no olvido y que me persigue en ocasiones para arrebatarme la soledad que persigo.

Busco otros ojos para sustituir a los tuyos y es como querer cambiar el cielo por un techo cualquiera, o pretender cambiar el mar por un charco de agua en mitad del vacío denso de la existencia. No quiero otra soledad que la que yo busco ni otra mujer que la que dibujan mis manos si no estás, y es ahí, enredado de pensamientos y posibilidades, donde quiero quedarme para que nadie me llame ni me busque. No quiero escuchar mi nombre ni que otros labios me susurren palabras que conozco, porque en el espacio que yo construyo no tienen cabida las distancias que otras mujeres me proponen. Aquí, de vez en cuando, cierro los ojos y pronuncio tu nombre y, aunque sé que no estás, también sé que me escuchas, y por eso espero una respuesta que nunca viene, aunque también sé que es imposible.

En este rincón del mundo, escribo palabras para cualquier mujer, pero en realidad las escribo para mí, o para ti. Da igual. Describo los árboles legendarios, los senderos que se bifurcan, las escaleras vacías, a las mujeres solas que me cuentan sus penas arañando las escamas a la noche como si fuera un pez mordido por el viento iracundo. A todo respondo que sí, pues no escucho. Sólo oigo mis pasos acá adentro, las suelas de mis propios zapatos mordiendo la lengua de mi estómago sordo. No quiero estar con nadie si tú no estás, ni quiero apagar los primeros fuegos de una fiesta a la que no me invitaron, ni quiero gritar borracho por las calles oscuras tu nombre de hembra deseada. Quiero, por una vez aunque sea, decir adiós a nadie, mirar tus ojos y no penar porque los he perdido, abrir la puerta y saber que no serás tú, y que eso tampoco me importe. Y cuando otra mujer me diga las palabras que tú escribiste para mí, quiero olvidar que un día fueron tuyas y mías, y así saber que puedo vivir sin otra duda que no saber que existes porque yo mismo te inventé cuando te fuiste para ninguna parte.

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