jueves, 1 de agosto de 2013

La vida que siempre quiso olvidar

Se quedó mirándola como nunca antes lo había hecho, y creyó que no la conocía. Habían compartido una vida, como suele decirse, o casi, cada cual ensimismado en su propio caos y ausentes al mundo que les era común. Pero cuando la miró tan despacio, con detalle y sin intenciones, creyó descubrir a alguien que no conocía y, sin embargo, comenzó también a atraerle su sonrisa tierna, su discreción tan personal, su vida al margen de su propia vida. La miró con la certeza de que todos estos años habían transcurrido al lado de alguien de quien solo sabía su nombre y de quien ignoraba sus inquietudes, sus esperanzas o sus derrotas.

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Lo peor de todo fue que en esa sospecha de sentirse ajeno a aquella mujer que lo amó durante tantos años, también él comenzó a sentirse extraño en su identidad, confundido en sus convicciones más profundas, distinto en sus hábitos. Le preguntó a ella si recordaba el nombre de él, cuánto tiempo llevaban viviendo juntos, si en todo ese tiempo habían sido felices y qué sería de ellos ahora. Ella le observó sin decir palabras, con una desconfianza nueva que no supo digerir en aquel momento. Él aceptó su silencio como la respuesta más coherente a sus dubitaciones.

Abrió el periódico por cualquier página y no supo qué título leer o si le interesaba algún texto concreto. Entre las estanterías buscó libros ya conocidos pero todos le parecieron nuevos o sin interés. Encendió el móvil y en la lista de contactos no le llamó la atención ningún nombre. Después salió a la terraza. La tarde tenía nubes grises y algodonosas, pero la puesta de sol era roja como muchas tardes. Oyó que su mujer le llamaba, pero no supo si con ese nombre se estaba dirigiendo a él. Se sentó mirando el día que languidecía y certificó que su vida nunca pudo haber sido aquella que siempre quiso olvidar.

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