sábado, 19 de octubre de 2013

El encanto vulgar de la vida cotidiana

Le dijo ven, como en el bolero, y lo dejó todo. Se lo tomó al pie de la letra. Las letras son o no son, le aseguró ella descargando el equipaje en el parqué. Nunca se arrepintió. Él bebía mientras ella hablaba. Ella miraba los distintos tonos verdes del paisaje mientras él vislumbraba en sus entrañas un mundo propio en el que sumergirse para escribir. Aunque cada cual habitaba su propio universo, se complementaban a las mil maravillas. Mañana, mientras tú sueñas, le dijo un día, yo bajo a hacer la compra. Él creyó que no volvería. Siempre fue muy preciso con las palabras y le gustaban los juegos del lenguaje como el café a media tarde, del mismo modo que desconfiaba de los estribillos certeros de algunos boleros. La mañana está para no salir, le dijo ella cuando volvió. Se lo dijo con una sonrisa que nada escondía. Y a él gustó ese encanto vulgar de la vida cotidiana. Hasta hoy.

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