lunes, 14 de octubre de 2013

Quédate

Quédate. Afuera ha comenzado a llover. Arriba tienes tu habitación, el armario tal como lo dejaste. El perro ladra desde el patio. Te ha reconocido. Sube, recupera el espacio que dejaste deshabitado, identifica los objetos que todavía hoy necesitas. Yo te espero junto a la chimenea. Mientras, escucharé So What de Miles Davis, como hacíamos entonces. A ti también te gustaba. No importa el tiempo que te quedes. Seguramente no sabrás a dónde ir. Yo sigo aquí solo. Con el perro y con mis libros. Bueno, te engañaría si te dijera que no hubo otra mujer. La hubo. Tal vez, varias. Pero poco importa ya. El tiempo borra casi todo. El tiempo es un huracán caprichoso. A su paso devasta la memoria, pero conserva inalterables esquirlas caprichosas, inamovibles, íntegras después de la tempestad.

Ahora no hay tiempo. Esa es la única variable. Cuando nos conocimos la juventud atropellaba los proyectos, los demolía sin conciencia. Ahora, sin embargo, estamos otra vez aquí salpicados de días vividos, de sueños arañados, de oportunidades remotas. Siendo los mismos, ya no somos los de antes. Y acaso ignoramos si podremos ser otros siendo los mismos. La vida tiene agarraderas difíciles cuando se la mira desde el precipicio. La fuimos deshilvanando según el capricho o el momento. Después de todo, no nos fue mal. Hemos sobrevivido al desencanto colectivo, al naufragio que nos acechaba. Pero ahora ya no hay fuerzas para remontar el río. Tampoco hay tiempo. Quédate. El perro muestra una alegría incontenible y yo, después de todo, nunca deje de esperarte.

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