viernes, 15 de noviembre de 2013

Lobo

Cuando despertó, ya era mediodía. Se duchó con agua fría, se vistió con prisas y bajó al bar. Pidió una cerveza helada, que bebió de un trago. La cerveza está hecha para las resacas, pensó con acierto. El día era claro y anunciaba un fin de semana venturoso. Las expectativas se multiplicaban en su cabeza. Ante tanto proyecto en ciernes, pensó, lo mejor es una planificación correcta. Sonrió para sí mismo. Pidió otra cerveza helada –que tampoco lo estaba- y se dedicó durante cinco minutos a explorar su ánimo. Comprobó que gozaba de buena salud mental, pero que necesitaba un descanso merecido para que sus ambiciones no se viesen mermadas a causa de la fuerza motriz. Pagó y subió al apartamento. Se desvistió y se metió de nuevo en la cama.

Cuando despertó, era noche cerrada. Comprobó cómo le crecían los colmillos al lobo, y decidió amansar a la fiera con un traje de marca y perfume caro. El azar, se dijo, también lo pondré yo. Y ahí lo ven. Andando por la calle y ansiando comerse el mundo. Bueno, o la parte del mundo que le corresponda. Él sabe elegir, se dice. Y lo dice observando a la presa, que ya le sonríe.

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