viernes, 7 de marzo de 2014

Llueve

La lluvia le había pillado desprevenida a medio camino de la casa. Pese a la intensidad del temporal, no apresuró sus pasos. Se dejó llevar por una sensación de placer inmediato que no le disgustó. Se cerraba la tarde y el cielo estaba espeso y negro. Ella presintió esos síntomas como un mal augurio, pero al instante se le fueron los malos pensamientos. No le importó deambular entre los árboles de todos los días, con los zapatos sucios de barro. El camino zigzagueaba estrecho hasta donde se perdía entre un manto de agua tibia.

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A ella le gustaban estas primaveras prematuras y tormentosas, desequilibradas y bienvenidas, que después dejaban un paisaje limpio y un aire puro. Le gustaba andar con los pensamientos desordenados, con una sensación nueva de libertad que le oxigenaba el alma. Cuando abrió la puerta, tenía la mirada transparente. Comenzó a denudarse en mitad de la habitación, sin pudor y sin dudas. Me pidió una toalla, con una naturalidad que quiero. Se frotó el pelo, se secó el cuerpo con una suavidad aprendida. Después se sentó a mi lado, todavía desnuda, buscando el calor que le doy cada noche y se quedó durmiendo en mi regazo.

Está aquí, tendida en el sofá, metida en un sueño que ignoro, con una sensación de placidez que quisiera compartir. Observo sus brazos y su cabeza acurrucados en mis piernas, y voy buscando con la mirada un cuerpo que no escatima el deseo ni la belleza. Despierta muy poco a poco, pidiendo más atención, dejando a un lado a Morfeo y a todo dios, haciendo con la realidad que encuentra cuanto su antojo intuye y cuanto ha dibujado en los sueños. Yo me dejo hacer. Ella sabe dónde hincar las uñas y dónde meter los labios. La lluvia ha cesado, aunque ya me importa bien poco.

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