viernes, 9 de mayo de 2014

Frente al espejo

Afuera se oía aún el rumor de la fiesta, pero él había optado por recluirse lejos del tumulto y del ruido. Recostado en el sofá, abrió el periódico. Reconoció el mismo mundo de todos los días: cifras macroeconómicas, conflictos bélicos, vallas que abrían fronteras y heridas, artículos encendidos que le cansaban o le confundían.

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Cerró los ojos sin sueño, para hacerlos descansar, pero la oscuridad buscada lo llevó a otra vida que no conocía y que tampoco alcanzó a identificar como inventada o real. Abrió los ojos, se puso en pie y dio unos saltitos sobre el entarimado para comprobar que seguía vivo. Después, ya en el cuarto de baño, se lavó la cara, pensando que el agua fría le sacudiría del aturdimiento. Pero no.

Andaba tan perdido en su propio pellejo que pensó incluso si no sería otro en vez de él mismo. Apoyó sus sospechas en argumentos poco rigurosos. Jamás, hasta ahora, había pensado en cambiar de vida. Jamás, hasta ahora, le habían aburrido las fiestas. Jamás, hasta ahora, se le había pasado por la cabeza huir de esta ciudad. Sopesando y sopesando, se atropelló en sus divagaciones más hondas, concluyendo con acierto: En realidad, yo soy yo mismo. Sintió alivio. Le había costado, desde luego.

Después se vistió para un fin de fiesta. Cargó la cartera de billetes sin usar y se dispuso a encontrarse a sí mismo y por mucho tiempo en el marasmo de la calle que lo acogió durante tantos años. Las dudas sobre su propia esencia lo habían dejado hecho un pincel. Ni él mismo se reconocía en el espejo. Pero mejor no empezar de nuevo, se dijo. Sonrió y le pareció congeniar con quien tenía frente a él, en un lugar tan estrecho como el propio espejo.

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