domingo, 8 de junio de 2014

Tiempo interior

Se quedó sentado a que anocheciera, como quien espera el tren a una hora determinada, pero ahora nadie iba a bajar de ningún coche. Por primera vez en muchos años, no tenía prisa. Miraba al frente, por mirar a alguna parte. Sabía que la libertad era también eso: esperar a quien nunca vendría. No importaba. Llevaba ya una vida cargada de confesiones que nunca podría contar a nadie, y eso a veces le turbaba.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

A su alrededor, todos habitaban una existencia común, con demasiado orden y escasas perspectivas. Él, ahora, había optado por desacelerar el ritmo de su aliento y observar, con detenimiento y paz, el paso inequívoco del tiempo en la piel de los demás y en sus propios huesos. Comprobó, sin demasiado entusiasmo, que nadie percibe ese susurro inevitable que nos va haciendo viejos a cada instante, a cada paso que damos, aunque no vayamos a ninguna parte.

Eso es lo peor, pensó, que no vamos a ninguna parte. Cual si el tiempo fuese un paseo circular sobre nosotros mismos. A lo lejos, oyó el silbido de un tren. Se puso en pie y compró un billete para emprender el próximo viaje. Sabía que no sería el último. Y solo esa sensación de alivio le hizo entender que hay otro tiempo que siempre está adentro de nosotros, sin moverse, quietecito como un gato asustado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario