lunes, 6 de abril de 2015

La tarde

Había llovido toda la tarde. El cielo, color ceniza, se oscurecía allá donde el volcán abría sus fauces heridas. Una música de nadie sonaba a través de los cristales y el ruido del tráfico rompía su melodía monocorde. Es lo que tienen estos días vacíos, que no dejan lugar a la nostalgia ni a reencarnaciones postreras. El aguacero se lleva algunas palabras sueltas y limpia el aire de manchas azules y grises. Ella está por pensar que algunos sentimientos son indomables.

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No solo lo piensa. Está convencida de que la vida hay que amarrarla a cabestro corto para que no se le escape calle abajo, donde los músicos recogen sus instrumentos y los últimos confetis darán fe mañana de que la fiesta se fue con esta lluvia persistente. Atraviesa, mojada aún, una avenida desierta, de luces sinuosas y horarios estrictos que dan paso a un silencio que no reconoce, pero que vuelve cada lunes, a primera hora, con la luz del amanecer. Después, cuando el ruido cotidiano de la mañana le devuelve su identidad, piensa que otra tarde más se quedó en el olvido.

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