viernes, 3 de abril de 2015

Observando el volcán Pichincha

Miro desde la ventana la presencia imponente del Pichincha, el volcán más próximo a Quito, que se levanta al oeste de la ciudad. Cada mañana, de las dos que llevo en la ciudad, cuando despierto, me gusta observar su tranquilidad inquieta de dragón dormido. Tiene dos cimas principales. La más próxima, el Rucu Pichincha (4.680 metros), inactiva, es la más elevada. La segunda, el Guagua Pichincha (4.794 metros), con mucha actividad, la vigilan los volcanólogos con mucha dedicación.

En 1660, se produjo la erupción más devastadora, que cubrió Quito de 40 centímetros de cenizas. En el siglo XIX, se repitieron otras tres de menor envergadura. En 1981 el Pichincha expulsó solo humo, pero en 1990 se activó nuevamente para escupir una nube en forma de champiñón de 18 kilómetros de altura que inundó otra vez la ciudad de cenizas. Hay quien a atreve a insinuar que esta nube fue provocada, pues coincidió con una crisis económica que no dejaba al país en paz.

Sentado aquí, observando el sueño sigiloso de este gigante de piedra y fuego, uno -paradójicamente- se siente más cerca del cielo que del infierno. Es lógico. Quito, la segunda capital más elevada del mundo, está ubicada a una altura de 2.850 metros. Ya me advirtieron. A esta altitud son normales algunos síntomas. Falta el aire al subir las escaleras y provoca dolores de cabeza o mareos. Para minimizar estos malestares, es mejor echar a un lado el tabaco y el alcohol. Dejando atrás el aeropuerto y entrando a la ciudad, paramos para tomar un mate de coca, el mejor remedio natural contra estas molestias.

Y es cierto. Ayer almorcé solomillo de ternera con vino chileno y cerveza. Eso sí, no abrí la cajetilla de tabaco (se la quedó mi amigo Serrato, como siempre, a quien suelo robarle algún que otro cigarrillo en el puerto). Por la noche, dormí como un león. Igual mi respiración era más abrupta que la del Pichincha, pero me levanté radiante. Ahora, desde la ventana, observo de nuevo su enigma de gigante narcotizado, mientras me preparo para recorrer la ciudad. Es cierto que el mate de coca es milagroso o también puede ser que, como es Semana Santa, los pecados encuentran una más fácil absolución en estos parajes. Sea como sea, cerré la noche con un canelazo que, otro día, explicaré qué es. Vamos, como una caipiriña caliente.

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