miércoles, 6 de enero de 2016

Los sueños deshabitados (Proemio)

Este hombre no conoce su destino. Acaso porque el destino no existe. Él no sabe. Tampoco importa. Siempre anduvo por el mismo lugar, escrutó la misma habitación, asomó el busto a un balcón sin paisajes, volcó la esperanza en hechos insignificantes, sin más añadidos que estar vivo, sin más latidos que sobrevivir a su propia existencia. Y ahora, a una edad en la que los despropósitos suenan a cascabeles anacrónicos, él emprende el camino que nunca hizo.

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No intenta culminar el sueño imposible. Solo de conocer una tierra que nunca nadie le prometió, que nadie le anunció que existiera o pudiera existir. Él mira hacia adelante. No sabe si volverá sobre sus propios pies. Le delatan sus pasos certeros, su ritmo monocorde, su sospecha de que nunca sabe nadie a dónde le llevará este o aquel trecho. Más allá, difuminado entre los campos, el mar es invisible y la noche vuelca mansa un cobertor luminoso sobre el cielo. Este hombre sabe que las estrellas son pájaros imposibles de enjaular, faros de la noche, brújulas desorientadas que al caminante reconfortan cuando el sueño golpea y pide una parada de postas, un lecho, unos brazos que no están cuando el frío impone un silencio oblicuo y reconfortante. Ahora que sueña, no sabe si cuando amanezca emprenderá el camino. O si acaso, este sueño está ubicado en el arcén de un viaje que no sabe cuándo emprendió.

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