domingo, 14 de febrero de 2016

Los sueños deshabitados (XXXI)

Hay sueños que nadie ha logrado escrutar. Son nubes que cruzan el firmamento de uno a otro lugar, pequeñas manchas que apenas dañan un cielo permanentemente azul. Son sueños deshabitados. Alguien, alguna vez, cruzó sus estancias vacías y las amuebló para ese instante, pero el óxido, que todo lo muerde, rompió el brillo de una eternidad extenuada por el miedo o la inconstancia.

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Hay sueños deshabitados, espacios vírgenes por descubrir y conquistar, que no constan en los mapas primeros ni en los códices más antiguos, y que los hombres y las mujeres buscan cada noche de modo individual, cada cual por su lado. Unos y otras cruzan pasadizos secretos y oscuros, tierras pantanosas, océanos vacíos que no existen sino en esa irrealidad que construyen dentro de los sueños más siniestros. A veces, estos hombres y estas mujeres identifican sus huellas en estos sueños deshabitados y temen que la horma de sus zapatos se quede archivada para siempre en un tiempo de nadie al que temen y del que huyen. Después, al amanecer, los sueños se diluyen como nubes en el horizonte, y el verano abre unos días largos y alegres que van dando paso al olvido con un dolor menos intenso, casi imperceptible.

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