lunes, 9 de mayo de 2016

Buscando a César Vallejo

Hay nubes que ennegrecen el día y palabras sueltas y ancestrales que robé de algún libro de César Vallejo y que se arrastran por la mesa como gusanos buscando el ángulo más perfecto para caer al vacío. En mi memoria reciente está el rostro del poeta, lo busco por las calles de Lima, en los versos está su sombra de criatura maniatada a su propio esqueleto. “Me moriré en París con aguacero”. Claro, en Lima no llueve. Hay aguaceros de arena en las playas próximas y de luz gris en las ventanas de los edificios del barrio de Miraflores. Lo he visto beber pisco entre el gentío, sentado en una plaza céntrica de esa Lima virreinal que él amaba a su manera, como también a París quiso a su manera y le dolió la sangre de España en la médula de sus huesos cansados.

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“Niños del mundo,/ si cae España –digo, es un decir-…”. Él intuía que España ya había caído, sabía que también él moría sin remisión. Corría el año 1938. No quiso ver el final, se tapó los ojos con las manos, con años, con dolor, con muros de ira. En 1939 se publicaron sus plegarias contenidas en tres libros únicos. En París se desataba el aguacero que él conocía y en España la sangre llovía sin descanso hasta sepultar la historia y el futuro. En los diccionarios la palabra horizonte desapareció y un racimo de uvas rojas se desprendió hasta debajo de la tierra. Quedó, como siempre, la sombra vacía del poeta temblando junto a la ventana y a sus espaldas un aguacero de pólvora que inundó la noche de estrellas apagadas.

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