lunes, 26 de noviembre de 2012

Flavia Company: “Seguramente hay cosas imperdonables”

Un buen día alguien se levanta, se pone los vaqueros de siempre y la americana, entra en la consulta del médico y sale sabiendo que le quedan cuatro meses de vida. Esa es la historia que Flavia Company narra en su última novela: Que nadie te salve la vida (Lumen, 2012). Un libro sobre el perdón, la culpa y la piedad. Un libro bien escrito, en el que el lector se tropieza de poco a poco con frases como aforismos. Un libro moral y filosófico. El libro de una escritora que se define sencillamente así: “Soy una provocadora de desasosiegos”.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

Vive en Barcelona, aunque nació en Buenos Aires en 1963. Traductora y periodista, publica su primera novela en 1988, Querida Nélida, a la que siguieron Fuga y contrapuntos (1989), Círculos en acíbar (1992), Saurios en el asfalto (1997), Dame placer (1999), Melalcor (2000), La mitad sombría (2006) y La isla de la última verdad (2011).

—Un buen día alguien se levanta, se viste, va a la consulta del médico y le dice que le quedan cuatro meses de vida. Ese es el argumento de su novela. ¿Qué siente o qué puede sentir un ser humano en ese momento?

—A mí me parece que el primer pensamiento, sin duda alguna, es el hacer recuento de lo vivido hasta el momento y pensar en los casos pendientes según sus prioridades.

—¿Eligió esta historia por alguna razón personal? Se lo digo porque, cuando un escritor se vuelve trascendente, normalmente, está metiendo jirones de su propia vida en la novela.

—No. La verdad es que la razón por la cual he creado esta historia es porque me interesaba hablar de cómo la empatía es el aceite que permite lubricar la convivencia y la supervivencia de los seres humanos.

—Que nadie te salve la vida es una narración sobre el perdón, la culpa y la piedad. Aunque usted escribió el libro antes, se publica precisamente en un momento de crisis y pérdida de valores.

—Sí. Esa sería la razón por la cual podría catalogarse esta novela, de que llega en un momento adecuado porque está bien que todos revisemos algunas de las cosas que hemos dejado atrás y que deberíamos recuperar, todo aquello que no tiene precio pero sí tiene valor, que es lo que se ha descartado en esta sociedad tan consumista.

—Enzo, el protagonista, está marcado por la lectura de Crimen y castigo, de Dostoievski. En este sentido, su narración es moral y filosófica.

—Lo es sin duda alguna. Y la pretensión de la novela era serlo, y de ahí la referencia a Crimen y castigo, novela con la cual dialoga esta obra desde el siglo XXI al XIX, recuperando algunos de los temas que la condición humana tenía como centro y eje en las novelas rusas de ese momento.

—A usted también, como a Enzo, Crimen y castigo le dejó marcada. No sé cómo. Para mí fue el libro que me provocó más angustia de todos.

—Sí. Yo la leí muy joven esa novela, la leí con 14 años, y también me dejó marcada porque justamente es como una reflexión sobre qué sentido tiene la vida de cualquier ser humano concreto si ese ser humano ha hecho el mal. Y me parece muy interesante y muy necesario plantearse precisamente la razón por la cual alguien escoge el mal o escoge el bien. En ese sentido, esta novela mía viene con la buena noticia de que se puede elegir bien, digamos.

—Hay una palabra que define, mejor que otra, su novela: empatía. La empatía se muestra a través del perdón. ¿Perdonamos o no sabemos perdonar?

—Sabemos. Aprendemos a perdonar. Perdonar es ponerse en el lugar del otro y realmente ver las cosas con la mirada de la otra persona. Ahora bien, seguramente hay cosas imperdonables. Y en ese caso, quién sabe si uno puede llegar o no a hacer el camino que recorre ese trayecto entre el no perdonar y el sí perdonar. Es una cosa que se pregunta esta novela también: ¿Hay casos imperdonables?

—Tanto en su país, Argentina, como en España, hay un perdón que nos afecta a todos: la memoria histórica o la actitud de ETA.

—Sí. Es que la novela tiene una lectura particular, digamos a nivel humano concreto, y tiene una lectura, sin duda alguna, más generalista. Estaría hablando de símbolos. En ese sentido, sí se puede hacer una lectura histórica del tema del perdón, que es verdaderamente un tema que existe y preocupa desde tiempos inmemoriales. El perdón, la culpa y la redención.

—¿Son imperdonables los actos terroristas que provocan víctimas, las víctimas de las dictaduras, de las torturas?

—Es difícil catalogar qué es imperdonable. No creo que haya nada imperdonable. Lo que sí creo es que hay cosas que no se pueden perdonar porque somos humanos y tenemos nuestros límites en la capacidad de perdonar. Entonces, llegar al extremo de poder perdonar es algo deseable. Desde el punto de vista humano, difícil. Desde el punto de vista de orden universal, yo sí creo que es posible perdonarlo todo.

—En España está demasiado de moda la novela de entretenimiento. La literatura, como usted dice, también es la historia del dolor del mundo.

—Es que lo es. Es la historia de la imaginación y del dolor del mundo, y yo opino que el escritor tiene la posibilidad, y en mi caso el deber moral, de comprometerse con su tiempo y con sus recursos para escribir algo que trascienda y que se encargue de transmitir emociones, aprendizajes, valores, principios y conocimientos.

—Ha evitado escribir una novela de 700 páginas y ha optado por una historia de apenas 200. ¿Dónde aprendió a economizar en el lenguaje, en ser certera en el tiro, en excluir de la historia todo aquello que es innecesario?

—Mi razón principal es que yo soy una gran entusiasta de la síntesis y me gusta decir lo máximo con lo mínimo. Es una de mis búsquedas creativas. Este es mi proyecto como eje central. Y además, hay que tener en cuenta que los lectores del siglo XXI somos capaces de entender algunas elipsis que, sin duda alguna, los lectores del XIX no estaban acostumbrados y por lo tanto, quizás, no tenían la facilidad como para asumir todo aquello que no contaba sino que necesitaban que se narrara más. Nosotros tenemos una cultura audiovisual y también una cultura literaria que permite acceder a lo que se cuenta y a lo que no se cuenta, porque hay muchos códigos y complicidades qu ya se tienen entre lector y escritor.

—“Yo soy una escritora muy lenta en la escritura mental, pero soy muy rápida en el desarrollo”. ¿Cuál es su proceso en la creación de una novela? ¿Dónde encuentra más escollos: en el concepto o en la materialización?

—Sí. Esa frase se refiere al hecho de que yo construyo las novelas en mi cabeza, las construyo completamente, y cuando las tengo terminadas, cuando las he escrito en mi cabeza, es cuando hago el trabajo de volcado. Entonces, el ejercicio físico de la escritura es muy intenso, diría que incluso duro físicamente, pero es más veloz que la construcción de la novela antes de la escritura, que es más lenta y más complicada.

—En casi todas sus novelas hay una carta, en este caso también, o son novelas epistolares. ¿Por qué esta devoción por el género?

—La carta siempre hace referencia a la importancia que yo doy a la cultura, a la transmisión de conocimientos mediante la palabra y, por lo tanto, es verdad que dentro de todas mis obras literarias hay la defensa de la obra literaria, y en este caso particular la carta representa justamente la memoria histórica.

—Escribe a mano, con pluma y en cuadernos, pero también sabe y le gusta compaginar la escritura a mano con las nuevas tecnologías.

—Sí. Me gusta la sensación física de la escritura en el papel, me gusta el olor de la tinta, me gusta el sonido de la estilográfica al deslizarse por la hoja, y entiendo la utilidad, por supuesto, de las nuevas tecnologías, las utilizo, me importan, son recursos importantes. Y una de las correcciones más importantes que hago en la escritura es la de pasar de la libreta al ordenador. Esa es una de las correcciones más importantes. Es decir, no podría contratar a una secretaria.

—Me gustan novelas como la suya en las que de vez en cuando el lector se tropieza con frases que son como aforismos.

—Tiene que ver con ese tema de la síntesis que antes comentaba. Es decir, de vez en cuando unir en una sola frase el concepto que se está desarrollando en las últimas líneas es un modo de entregar la clave de lectura al lector.

—Su novela comienza así: “Un hombre existe porque existen otros. El remordimiento no le permite pensar en nada más.” ¿Se piensa mucho cómo arrancar una historia?

—El arranque de la novela siempre es una frase que, después de pensar la novela, de pronto una frase se me repite durante varios días y sé que esa va a ser la primera frase de la novela. ¿De dónde me viene? No sé exactamente. Esa frase, muchas veces, incluso es el resumen de toda la novela. En este caso, lo es.

—¿La única manera de volar es tirarse al abismo?

—Sí. Sin duda. Es así. Y además lo he comprobado después de hace parapente.

—Escribe usted: “Las novelas también son libros de oraciones”. En este sentido, dice que su novela es moral. ¿Estamos recuperando a Gracián?

—Bueno, es que deberíamos recuperar el sentido último de la literatura que, como bien comentabas antes, está yendo por los derroteros del entretenimiento, así como el arte se está yendo por los derroteros del espectáculo. Me parece que la banalización del arte, del esfuerzo creativo del ser humano, es un error, y en ese sentido deberíamos recordar que los asuntos morales afectan directamente a la condición humana, y la reflexión sobre la condición humana afecta directamente a nuestro modo de vivir.

—“Soy una provocadora de desasosiegos”. Me gusta ese perfil.

—Como escritora creo que ciertamente la lectura de mis libros es difícil que deje indiferente al lector si se aventura en algunas de mis propuestas.

Publicado en el diario Córdoba el 10 de noviembre de 2012

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