martes, 11 de diciembre de 2012

Andrés Trapiello: “Ni una sola persona ha reconocido haber matado en la guerra civil”

Un niño presencia el asesinato a sangre fría de su padre en los primeros días de la guerra civil. Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953) parte de este hecho real, porque “la guerra nos da muchísimos ejemplos de barbarie”, para ficcionar la historia de su última novela: Ayer no más (Destino, 2012). Una historia narrada a través de los monólogos de sus personajes, un método idóneo para dejar que el lector saque sus propias conclusiones.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

La obra, en la que están representadas con voz propia las tres Españas, es una tragedia en clave griega, como Antígona, en un país que dejó 600.000 muertos en los frentes de retaguardia y que nadie ha reconocido haber matado a ninguno. Es autor de ocho novelas, ensayista, poeta y autor de un diario titulado Salón de pasos perdidos, del que se han publicado diecisiete entregas.

—Un niño presencia el asesinato a sangre fría de su padre en los primeros días de la guerra civil. Su novela es ficción, pero parte de un hecho real.

—Por desgracia, la guerra civil nos da muchísimos ejemplos de barbarie, de injusticia, de crímenes que no pueden competir con la ficción, porque la ficción siempre se quedará corta con esa realidad. Por tanto, ni siquiera me molesté en ficcionar algo que la realidad española tiene sobreabundatemente.

—Pestaña renuncia a escribir un libro de Historia y transforma sus apuntes en una novela. Pero los lectores creen encontrar en la ficción las claves de un relato histórico. ¿A veces no sirve la Historia y hay que acudir a la novela para contar la verdad? No sé si ese es su caso.

—Está muy bien formulada la pregunta y no es mi caso. Es decir, yo quería hacer una novela desde el primer momento, porque tenemos la paradoja de que la ficción de la novela a menudo nos ayuda a desmontar la ficción de la historia, o la Historia como ficción, que es básicamente lo que ocurre en la guerra civil española, donde hay dos ficciones contrapuestas, históricas.

La ficción bolchevique y la ficción revolucionaria nacionalsocialista, que creen que la Historia es una especie de inmenso tapiz o de inmensa alfombra que se despliega llevándose por delante a millones de víctimas inocentes, necesarias, para construir ese final feliz en Roma, en Moscú. Esa mentira, que es una mentira también que se da en los nacionalismos, por ejemplo, y en otras concepciones de las naciones, etc., queda desvelada por la novela, porque a diferencia de la Historia donde los hechos suceden uno detrás de otro, la novela nos presenta hechos que suceden unos como consecuencia de los otros. Y este sentido que tiene la novela y no tiene la Historia es el que afortunadamente el lector agradece; es decir, que le da un argumento a lo que no lo tiene, y ese argumento que la vida no tiene le ayuda a comprender el no sentido de la historia.

—La novela está narrada con monólogos de distintos personajes, al estilo Faulkner. ¿Es el mejor método para dejar a todos los personajes que hablen y que el lector saque sus propias conclusiones?

—Me han preguntado cuál es mi personaje favorito en esta novela y he dicho que yo, porque soy el único que no está en la novela. Escribir una novela de la guerra civil que agrupa a las dos partes es muy difícil porque la realidad histórica lo impidió. La guerra civil fue una fractura del país en dos mitades que no tenían ninguna relación. Por tanto, hacer una novela de las dos Españas estas es prácticamente imposible, porque es inverosímil. No existió unos personajes que vivieran al mismo tiempo las dos Españas. Como mi novela sucede ahora, en 2006, en esta novela están representadas no solamente las dos Españas, sino las tres Españas posibles. Y tienen voz propia. Y era obligatorio darles esa voz propia que nunca han tenido al mismo tiempo, y hacerlo además con sus mejores galas intelectuales.

Es decir, que cada uno de los personajes hable como mejor sepa. Hubiera sido desleal por mi parte como escritor darles más inteligencia a uno u otro para que el lector se incline hacia uno u otro. Y el que es realmente protagonista en mi novela es el lector, que es un lector omnisciente que sabe en todo momento, oyendo las distintas voces, quién miente, quién engaña, quién no quiere contar la verdad, las razones por las que no puede contar la verdad, los conflictos de cada cual. Cosa que los personajes no saben todos de todos, ni mucho menos. Porque entre ellos se engañan y se mienten.

—Félix de Azúa dijo que su novela no trata de la guerra civil, sino de una tragedia que admite una sociedad como la nuestra.

—La novela es casi una tragedia en clave griega, una tragedia irresoluble, como la de Antígona; es decir, el protagonista se va a debatir entre su obligación como ciudadano entre denunciar a su padre y su obligación como hijo de defender a su padre. Es decir, oír la voz de la ley u oír la voz de la sangre. Y eso no tiene solución posible. Esa es la tragedia.

—¿Es diferente este país porque, como usted dice, nadie en España reconoce haber matado?

—La naturaleza de esta novela parte de este hecho peculiar, que no ocurre en ninguna otra parte. Ha habido en España 600.000 muertos en los frentes de la retaguardia y ni una sola persona ha reconocido que haya matado a ninguno de esos 600.000. Luego quiere decir que alguien miente o nadie cuenta toda la verdad. Por tanto, Pepe Pestaña, como hombre ilustrado que es, parte de esta idea. Es decir, no se cree lo primero que le han contado ni en la familia ni en los amigos. No se cree lo primero que le cuentan, pero tampoco quiere ser el último en contarlo.

—¿En su casa se hablaba de la guerra?

—Probablemente, si la pregunta se la hiciera a mi padre, diría que no. Si se me hiciera a mí, yo diría que no se hizo otra cosa que hablar de la guerra. Porque ellos creen seguramente que no han hablado de la guerra porque no nos han hablado a los hijos de la guerra. Pero entre ellos no hicieron otra cosa que hablar de la guerra.

—75 años después de que Chaves Nogales o Clara Campoamor descubrieran el engaño de los dos bandos, se ha escrito que la tercera España ya tiene por fin su novela: la suya.

—Me encantaría que fuera así, porque ese ha sido un poco el propósito. Yo, como sabes, estoy un poco en el origen de la recuperación de Chaves Nogales y de Clara Campoamor, y me encanta identificarme con personas que tan pronto se dieron cuenta de que la España a la que la inmensa mayoría de los españoles hubiera querido pertenecer, que es la tercera España, fue la primera que sucumbió.

El 19 de julio, España dejó la España democrática y liberal por la que habían luchado Chaves y Campoamor. Prácticamente, esa España democrática desaparece y por eso se van. Yo creo que esa España es la que tenemos ahora. Las dos Españas son más minoritarias que nunca y en cambio hay una inmensa España que es una tercera España real.

—La ley de Memoria Histórica fue necesaria pero insuficiente. ¿No se debió abordar este tema en plena Transición? Dicho de otra manera: ¿No piensa que la izquierda de este país cedió demasiado?

—No lo comparto enteramente. Porque lo que hemos visto es que hemos vivido el periodo más largo de la historia en democracia. Por tanto, no se debieron hacer del todo mal las cosas. Y de hecho, estamos hablando del pasado sin el traumatismo que hubiera significado hacerlo en el 75. Lo que sí es verdad que la ley de Memoria Histórica es una pequeña oportunidad perdida, porque era un arranque noble y necesario –la reparación de injusticias-, pero lo que se hizo mal es que es que fue ambigua la ley porque se reparó a muchos pero se agravó al mismo tiempo a otros tantos innecesariamente. Las víctimas son de todos.

—Pero sí es cierto que una España fue más culpable que otra.

—No es que haya sido más culpable. Es que ha sido responsable, una de las dos Españas, del golpe de estado contra un régimen legítimo. Por tanto, es un golpe ilegítimo. Esto es fundamental. Mientras no se admita este mínimo, no avanzamos nada. Pero no podemos quedarnos aquí, que es lo que ha hecho en parte la izquierda.

El problema de la izquierda es que tiene que admitir que la República que defendía los principios de la Ilustración hasta el 18 de julio, en buena medida dejó de hacerlo a partir del 18 de julio. Es decir, que la República es responsable, al menos en parte, de la violencia que se generó en la zona republicana. Y eso la izquierda todavía no acaba de reconocerlo. Es verdad que la derecha tiene toda la responsabilidad en el golpe de estado.

—¿Algún día el Congreso condenará ese golpe de estado?

—Debería hacerlo cuanto antes, pero al mismo tiempo, como ha propuesto algún diputado de derechas, no estaría de más que el mismo día se pusiera una placa en el Congreso con el nombre de todos los diputados asesinados durante la guerra, cosa que cierta izquierda no quiere porque la mayor parte de los asesinados son de derechas.

Publicado en el diario Córdoba el 8 de diciembre de 2012

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