martes, 23 de abril de 2013

Fotocopia de un sueño

Aquella noche la vio por primera vez. Era la imagen que siempre soñó. Eran sus gestos, su sonrisa, su pelo suelto, sus peligrosas curvas que delataban su sensualidad. Era idéntica. “Vamos”, se dijo, “es una fotocopia”. Le gustaban las metáforas concretas y afortunadas. Se quedó mirándola sin pestañear, confundido en su duelo interno. ¿Qué hacer ahora? Claro, ese era el dilema.

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Pensó que le rechazaría si intentaba cualquier juego de seducción al que ella no estuviese habituada. Descartó la idea, pero no se hundió en ningún abismo. Hasta aquel momento había soñado con ella, sin saber si existía, ignorando si esa mujer pisaba con sus pies la tierra. Ahora, sin embargo, ella estaba allí. Y sintió alivio, porque supo que sus sueños no habían sido en vano. Y descubrió también a partir de aquel momento que los sueños ayudan a construir la realidad, y que sin ellos, tal vez, la vida sería otra. E incluso que, sin los sueños, ella nunca hubiese estado allí, tan cerca de su sombra, tan cerca de quien la creó.

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