martes, 23 de julio de 2013

El olvido

Los árboles dejaron de moverse, y dedujo por ello que el viento amainaba. La tarde, como las anteriores, había sido calurosa. Y los pronósticos sobre el tiempo para los próximos días no anunciaban demasiados cambios. El verano es lo que tiene que, salvo sorpresas, los días son largos y las temperaturas, elevadas. Visto así, a él, sin embargo, le gustaban estas fechas y esta luz. Y le recordaban una niñez feliz y un tiempo clausurado. No se alimentaba de la nostalgia, ni cuando miraba hacia el futuro construía castillos poco cimentados. La vida le había enseñado a contrariar los vientos más voraces según soplaban.

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Hoy, en cambio, el día convocaba a la meditación. Así que encendió un cigarrillo, aunque no fumaba, y abrió una botella de whisky. Se sentó en la terraza sin proyectos. Cuando la tarde se ponía, una brisa suave le despertó de un letargo momentáneo del que no quería salir. Después, metió en el bolso de equipaje lo imprescindible. Arrancó el coche y pensó a dónde le gustará ir. Después apagó el móvil. Cuando el día se cerró para dar paso a la noche, la autovía estaba vacía. Bajó la ventanilla, y le gustó sentir el aire fresco de la madrugada. No se sintió feliz, sino ligero. Y tampoco le importó. Es más, comenzó a gustarle.

Antes de que amaneciera, desayunó copiosamente. Abrió un libro y leyó páginas que ya conocía. Más tarde, volvió a coger el volante. La carretera la asimiló como nueva, como si nunca hubiera rodado por su asfalto, incluso su vida le pareció distinta. Sabía que a sus espaldas, como una manta inmensa que cubría la tierra, solo quedaba el olvido. Y eso tampoco le disgustó.

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