jueves, 18 de julio de 2013

La última huida

No importa que te vayas, le decía ella. Siempre acabas volviendo. Y en esta ocasión, se dijo para sí, espero que lo sigas haciendo. Efectivamente, después de una larga discusión o un torpe desencuentro, él llenaba las maletas de objetos inútiles, y escapaba al hostal más cercano. Dos o tres días. La nómina no da para operaciones de más rango. La dueña del hostal le conocía y lo acogía como a un sobrino lejano que se ha equivocado en la vida. Se fiaba de él, porque siempre pagaba al contado. No hay como esos sobrinos que no te cuestan un céntimo.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Ella se había acostumbrado a estas huidas periódicas que siempre acababan en nada. Los días que él estaba fuera, ella aprovechaba para escuchar la música que él no soportaba, para ordenar la casa a su antojo, para tirar otros objetos inútiles que él no llevaba consigo en sus huidas fáciles o para recibir a las amigas e invitarlas a un café. En esas reuniones con las amigas, ella presumía del dominio que ejercía sobre el varón que habitaba su hogar. En realidad, no lo utilizaba para otros fines que no fueran su propia egolatría. Las amigas le advertían de ese riesgo innecesario. Sabían que ella no hacía el sexo con otros hombres –tampoco con el suyo, habrá que decirlo-, ni aspiraba a mejor vida ni a otros placeres prescindibles y terrenales. Ella oía, pero no escuchaba.

Aquel último viaje del marido comenzó a durar más de lo necesario. Y entonces ella se percató de que no sabía dónde localizarlo, ni conocía los bares que frecuentaba, ni sabía de sus amigos más íntimos. Y esa noche dudó si ella era la única mujer en su vida. No pudo dormir. Despertó con una sensación antigua, como de haberla vivido alguna vez, pero ahora sentía una ansiedad más densa, inevitable, que no la dejaba respirar.

A unas cuadras de su hogar, el hombre había alquilado la misma habitación. Le había dicho a la dueña que esta vez igual se quedaba para más tiempo, y que no sabía tampoco si tendría el suficiente dinero para aguantar y pagar el hospedaje. Pero ella sonrió, y le dijo conforme se dirigían a su nueva habitación: “Sabía que un día vendrías para quedarte”. Él no entendió del todo sus palabras, pero le agradeció su comprensión. Se tendió en la cama vestido y se quedó en seguida dormido. Ese día no soñó. Había desvalijado todos sus sueños.
Si lo desea, puede compartir este contenido:

No hay comentarios:

Publicar un comentario