viernes, 12 de julio de 2013

Las palabras

No importa qué le diga ahora, porque él sabe que a veces las palabras son innecesarias. No molestan, pero tampoco aportan demasiada información a los objetivos planteados como ineludibles. Ella tampoco es de muchas palabras. Las maneja con efectividad aunque, también es cierto, sin demasiada inteligencia. Las deja caer sin orden ni concierto, sabiendo que alguna estallará en sus oídos como un sueño recurrente. Esas palabras que a él no le son indiferentes vienen precedidas de algunas estrategias que conciernen más al lenguaje no verbal. Una mirada fija, sin parpadear, mantenida, distante y cercana al mismo tiempo, fría y cálida, no sabría cómo decir. Es difícil saber. O un gesto de sus manos, que acarician su rostro, o se detienen en su hombro, o permanecen inalterables en sus rodillas.

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Él no quiere más palabras. Sabe que para manejarlas hay que ser un brujo de la retórica. La oratoria no es lo suyo. La poesía, menos. Prefiere las frases cerradas, breves, efectivas. Por ejemplo: Me gustaría pasar la noche contigo. Por ejemplo: Hoy traes una belleza distinta. Algunas las roba de novelas baratas o son versos de poetas que no conoce y que le fascinan. A ella esto de las palabras, por el contrario, le quita el sentido. Anduvo un tiempo con un poeta que fabricaba poemas contrahechos que nadie se atrevía a publicarle. Y después anduvo de bar en bar con un periodista de títulos fugaces y apagados. Pero nunca se había tendido a sus anchas en los párrafos de un prosista de más consistencia.

Ahora que la miro estoy por escribirle algo severo sobre aquellos hombres que no dominan las palabras. Porque yo sé que a ellas les gusta confundirse con las figuras del lenguaje. Además, uno nunca sabe si la literatura sirve para algo más que para desgravar a Hacienda o para esquilmar a la soledad. Por probar, nada se pierde. Además, a este parece que le han cortado la lengua. Una herramienta, por otra parte, imprescindible para materializar el contenido específico de las palabras. Las mujeres, ya se sabe, no perdonan. Y exigen que se le rindan cuentas después de escuchar al rapsoda. En definitiva, que las palabras en sí mismas, como entremés, son válidas. Pero después hay que hincarle el diente al mantel. Eso sí, valga la metáfora, y que no despiste al más incauto. Que de todo hay en la mesa del señor y en la alcoba de estas señoras. Por supuesto, con respeto y con perdón.

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