martes, 27 de agosto de 2013

Verano

Le digo que se nos va el verano. Ella, solo por joder –en el mal sentido de la palabra-, rectifica que con el verano se nos va también parte de la vida. Cuando se torna melancólica, no la entiendo. O mejor dicho: no la soporto. No me importa que de vez en cuando agarre un libro y me lea alguna frase que sabe que me atrapará. Por ejemplo, busca entre los anaqueles y encuentra un título. Le gustan los títulos sugerentes y evocadores. Abre el volumen Para no olvidar. Crónicas y otros textos, de Clarice Lispector, aquella escritora ucraniana que murió en Río de Janeiro. Lo hojea para adelante y para atrás. Después lee cualquiera de sus páginas: “Brasilia está construida en la línea del horizonte. Brasilia es artificial. Tan artificial como debía de ser el mundo cuando fue creado”.

Sé que lo hace por joderme –en ese jodido sentido de la palabra que no incluye el sexo-. Y lo consigue. De veras. Recuerdo otra frase de Lispector: “Mi apariencia me engaña.” Y recuerdo Brasilia: ancha, inmensa, mágica, inexpugnable, abrasadora. Me vienen a la memoria sus noches y sus excesos de cachaça, sus atardeceres limpios de nostalgia. Ahora quisiera estar allí. Ella me mira. Está pensando qué pensaré yo. Pero no logra desconstruir mi pasado para pisarlo de nuevo. Me mira, pero mi apariencia engaña. Le digo que sí, que el verano, desafortunadamente, se va. Aunque, la verdad, poco me importa. Está atardeciendo, pero yo solo veo la luz menguante de Brasilia cuando el sol se pone. Y pienso que lo único artificial somos nosotros dos y este verano que se muere.

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