jueves, 31 de octubre de 2013

Anticipo de la desgracia

Cuando despertó, pensó que ese sería un gran día. Proyectó un viaje sin rumbo definido, tal como lo había visto en algunas películas americanas. Ya volvería, se dijo. Se preparó un desayuno copioso, prólogo a una aventura que imaginaba irreversible y reveladora de cara a un futuro prometedor. Estaba en ello, cuando la imaginación se le desbordó: se vio fuera de la carretera, sin poder manejar el coche, en una pendiente tan vertical que parecía imposible salir ileso del incidente (que no accidente, se corrigió a sí mismo). Se vio tendido en la camilla, con la mascarilla de oxígeno en la nariz. La realidad se le mostraba turbia (o desenfocada, si así lo prefieren).Cuando recuperó la conciencia, estaba encamado en la sala de un hospital, de paredes verdes y frías. Una enfermera, atenta, le saludó con aire de reconocerle, pero él no daba con su identidad. De hecho, nunca la había visto en su vida, se dijo.

No había nadie en la habitación. Sus familiares más próximos vivían en otra ciudad, y los amigos, contados, estarían trabajando o no sabrían nada de su estado. Estaba ensimismado en su desgracia, cuando sonó el reloj. Fue ahí donde recuperó la identidad que se bifurcaba en pesadillas excesivas. Optó por acabar el desayuno y volver a la cama. Dejaría el viaje para otra ocasión. Porque igual el sueño, se dijo, no es sino el anticipo de la desgracia.

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