viernes, 1 de noviembre de 2013

Ella sigue esperando

Hoy tenía el día libre y no le apetecía estar con ella. La telefoneó para decirle que se verían otro día, que tenía trabajo atrasado, que quería descansar; en fin, que disculpara, pero que planeaba un día tranquilo buscándose a sí mismo. Esa última frase le gustó. Desde hacía mucho tiempo había traspapelado su identidad, de modo que llenaba sus horas libres igual para un roto que para un descosido. Aunque no le gustó esta metáfora, porque nunca supo ni pegar un botón. Planificó la jornada como medida de precaución, vamos, para tener qué hacer en cada momento, pero siempre con la posibilidad de poder modificar o alterar el orden del día sin previo aviso ni posibles consecuencias. Le apetecía esa anarquía ordenada en la que iba a sumergirse de un momento a otro.

Apiló libros en el sofá, cedés que ya había olvidado, escogió un vino de reserva para el almuerzo, un coñac para la sobremesa en solitario, pero sin puro. El tabaco lo había dejado definitivamente. Después se tumbó en el sofá, abrió el periódico para certificar que el mundo estaba en el mismo lugar de ayer. Leyó una entrevista insípida, un artículo sin fondo, un falso reportaje. En fin, después de todo, optó por un libro de Salinger. Le gustó el ritmo de su prosa, su estilo ágil y pensado.

Cuando abandonó la lectura, era ya mediodía. Abrió la botella de vino y, al humedecer los labios, la vida le pareció amable y enigmática. Pensó que debía volver a experimentar esta nueva idea de estar consigo mismo. Lo volvió a hacer el fin de semana siguiente y el otro. Sabe, no obstante, que ella todavía espera que le devuelva la llamada.

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