martes, 22 de octubre de 2013

Cuando no hay sueños

A esta hora, tan temprano, él no es el mismo. Ella lo sabe. Necesita todavía una hora o más, un café o dos, para ser consciente de que ha retornado al mundo de donde nació. Cada día más vive ausente de él mismo. Ya no baja a la calle, no compra el periódico, con enciende la televisión. A veces, se pone la radio muy cerca del oído y escucha cómo va el mundo. Tal como lo dejé ayer, piensa sin decir nada. El mes próximo se le acaba el subsidio de desempleo. No sabe cómo sobrevivir a los embates de la vida. Ahora ya no sabe. Cuando era joven, le sobraban energías para morder la corteza de la existencia, pero ahora se ve disminuido, imperceptible a los ojos de quienes le observan –aunque nadie le observa-, insignificante en su currículum agotado.

Se jura y perjura que esto tiene que acabar. Pero no sabe cuándo ni cómo. Tampoco nadie lo sabe. Apaga la radio. No le interesan las claves de la actualidad. Se mete de nuevo en la cama. Tampoco le interesan los sueños. Tal vez se ha quedado sin sueños. Y ella se pregunta cómo puede sobrevivir un hombre sin sueños en esta vida tan estrecha. Ella se sienta en un rincón de la casa, también sin sueños, pero no puede dormir. Intenta adaptarse a una posible tormenta pero, afuera, el sol anuncia un día muy azul.

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