martes, 8 de octubre de 2013

La mejor hora del día

Se sentó en una terraza y pidió un café con leche, con poca leche. Dejó sobre la mesa un euro. El precio justo. La última moneda de un mes que cruzaba su ecuador. El día era soleado, anticipo de un otoño previsible. No fue feliz en su trabajo, pero le permitía sobrevivir y soñar. Un buen día lo despidieron. De eso hace dos años. También era previsible. Cada mañana, si puede, baja a tomar un café con leche. Le gusta sentarse en esta terraza. Después anda sin rumbo por la ciudad. Dos o tres horas. Cansado, se encierra en su apartamento. No quiere hablar con nadie. Se tiende en el sofá y piensa si esperar le servirá para algo. Quizás debería hacer las maletas y salir del país. No importa a dónde. Pero ya no tiene años para ese tipo de aventuras. Ayer cumplió 54. Una edad que no aparenta, se dice para sí. Pero que pesa en los huesos. No sabe cómo vivirá el resto del mes. De momento, se recuesta en el sofá. Es la mejor hora del día. Cierra los ojos y sabe, mientras despierta, que la vida puede volver a su origen.

No hay comentarios:

Publicar un comentario