viernes, 11 de octubre de 2013

Desde ese día

Desde el día en que la conoció, no dejó de pensar en ella. Era una tarde de octubre, el cielo indefinido, entre un gris sutil y un azul diluido, y a veces manchado de nubes grises y densas que no provocaron ni una lágrima. Era de una belleza delgada, de un estar sosegado y elegante, inadvertida entre la multitud, pero refulgente a sus ojos. La siguió con pasos torpes aunque decididos. La vio tomar un chocolate a media tarde, espiar los escaparates de moda femenina, atender alguna llamada de su móvil. Le gustaba escrutar su sonrisa, el guiño ingenuo y capricho en los pliegues de sus párpados, sus ojos luminosos y grandes, sus ademanes de mujer frágil y decidida. Él la observaba en la convicción de que ninguna mujer podría ser como ella.

La esperó cuando entró a unos grandes almacenes. Después accedió a seguirla en su interior. Y entre probador y probador, el explorador la perdió la vista. Salió a la calle y no la encontró. Volvió a entrar, ausente de él mismo y sintiéndose culpable de su torpeza. Miraba en rededor como si el mundo se le estrechara a sus espaldas y se agotara frente a él. Ella no estaba. Parecía que se hubiera evaporado en el aire. Desde ese día en que la conoció, no pudo olvidarla. Cada día la busca en esta misma calle, otea los mismos almacenes, a media tarde toma un chocolate caliente, aunque nunca le apetece. No desiste en sus pesquisas. Pero más nunca ha vuelto a verla.

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