domingo, 6 de octubre de 2013

Obsesiones

Después de todo, ella entiende que él se fuera sin apenas alguna explicación. No esgrimió excusas, no se defendió con acusaciones, no puso al descubierto ninguna circunstancia personal o fraudulenta. No se trata de eso, le dijo, sencillamente me ahogo. Se ahogaba. Qué coño significaba esa expresión, se seguía preguntando ella. Sabía, a ciencia cierta, que después de ella no vivía con otra mujer y que tampoco frecuentaba lugares festivos donde apagar sus arrebatos sexuales.

La suya había sido una relación poco convencional. Ella no había conocido a otro hombre antes que a él, tampoco luego. Le había abierto un mundo de sensaciones que siempre creyó ajeno a ella. Desde muy joven se sintió vulnerable a los contactos carnales, desconfiada de una agresividad que veía natural en los hombres y que creía extinta en las mujeres. No obstante, se acostumbró a sus modos rudos y a su ternura de hombre maduro y apasionado. Pero mantenía todavía cierto recato cuando él la desnudaba con esa necesidad imperiosa que a ella le cohibía.

Pese a todo, comenzó a gustarle sus abrazos secos y a necesitar cada día más esos momentos que ella nunca sospechó tan intensos. Estaba perdida en esas divagaciones interiores, cuando él puso delante de ella y le dijo que se iba, que se iba para siempre. Que se iba sin esperanza y que no entendía. Ella le miró con un llanto contenido y como si la vida se le hiciera añicos en ese instante. No supo qué decirle. Sabía por qué se iba. Cuando se quedó sola en el dormitorio, se desnudó frente al espejo del armario y, observando su cuerpo casi inmaculado, comprendió que cualquier hombre se pudiera obsesionar hasta la desesperación por tenderla otra vez en la cama como él hizo en tan contadas ocasiones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario