domingo, 6 de octubre de 2013

Un mensaje indescifrable

Acaso antes de irnos, sonó el disparo. Nadie oyó nada. El volumen de la música era muy elevado y el griterío de los invitados nos aislaba en un caos de desorden y placer que nadie rechazó. El cadáver lo encontraron tres horas después del fallecimiento. La fiesta aún languidecía cuando supimos del suceso. Era mediada la noche, y el frío todavía no se había puesto. Conservaba aún su belleza de mujer instigadora y resuelta. Tenía el cráneo roto y empapado de sangre coagulada, y una fragilidad de porcelana en las manos que nos sorprendió a todos. Aún tenía la pistola enganchada entre los dedos, como si le costara soltarla de una vez. Era pequeña y niquelada, fácil de esconder en un bolso o en el calcetín. Un arma de tres disparos que a bocajarro te borraba del mapa sin más. Nosotros no la conocíamos. Nunca la habíamos visto. Las pesquisas policiales dieron resultados más sorprendentes todavía. Ningún invitado sabía de su nombre ni de su paradero ni de su existencia. Nadie la había visto jamás. En la otra mano conservaba una carta manuscrita. Estaba escrita en un idioma extraño que ninguno reconocimos. Todavía hoy nadie ha logrado traducir su mensaje indescifrable. La verdad. Ya tampoco a nadie le importa.

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