viernes, 29 de noviembre de 2013

Hay días

No sería descabellado aventurarse a afirmar que el hombre es tonto por naturaleza. Eso sí: los hay más y los hay menos. Como en los supermercados, pero sin precio. Este hombre ve a una mujer perfecta (físicamente, claro, pues no la conoce). En vez de emplearse en conquistar y regocijarse en sus encantos, aprieta el vaso de gin tonic como quien se agarra a la barra perpendicular del autobús. La mira y no determina qué acción llevar a cabo que le sitúe en una posición de ventaja respecto al objetivo que persigue. Como lo tiene claro, opta por pedir otro gin tonic.

El alcohol le hace ver claro, pero todos sabemos que no es así. Cambia de posición, atraviesa el salón, se sitúa junto a la barra. Desde este ángulo gana en perspectiva, aunque no en proximidad. Pide otro gin tonic, para refrescar las ideas. Es el momento de improvisar el ataque retórico: frases sueltas, con chispa, que apresen a la víctima como el anzuelo al pez. Por ejemplo. Se decide a dar un paso adelante, pero antes opta por llenar el vaso. Cuando se da la vuelta esa mujer de rasgos perfectos e insinuantes habla con otro hombre.

Él no sabe de dónde ha podido surgir ese enemigo que le enturbia la estrategia y le puede hacer perderse en la guerra. La mujer sonríe, besa a ese hombre –a quien se supone que antes no conocía-, le abraza, intercambian algunas palabras. Ella coge el abrigo y se dispone a marcharse con el hombre ya mencionado. Al salir del local, ella tropieza intencionadamente contra nuestro hombre que bebe el gin tonic, derrama el contenido en su camisa impecable y el vidrio se estrella contra el pavimento con un sonoro chasquido de fracaso.

Ella le pide perdón sonriendo, y le dice con doble intención (la intención la interpreta él mismo): Son cosas que suelen ocurrir. Después, ella sale con el hombre que la acompaña, y él pide otro gin tonic. Hay días que es mejor no salir. O no beber, piensa también.

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