sábado, 30 de noviembre de 2013

Sábado

Es sábado. Pero eso bien poco importa. Coge un libro y lee media hora. Después métete en la ducha veinte minutos. Que el agua te borre los grumos de la memoria y te dulcifique la mirada. Vístete informal y cómoda. Después baja a comprar el periódico. Siéntate en una terraza con el sol tibio de la primera hora de la mañana. Mientras lees el periódico, pide un desayuno copioso, o suficiente, al gusto. Después anda, no demasiado. Te sonará el móvil. Siempre hay alguien que no sabe qué hacer a esas horas. Responde mecánicamente, sin exponer tu alma en la empresa.

Piensa qué te gustaría hacer hoy. Si has decidido llamarme, hazlo. Proponme algo indecente. No sé: comer juntos, acercarnos a la playa, pasear por el centro de la ciudad y comprar unos cedés. Más tarde, ya algo cansados de deambular sin sentido, me pides que vayamos a tu apartamento. Tú, tranquila: te diré que sí. A partir de ahí, el orden del día se puede improvisar. Tampoco se ha de ser tan exhaustivo en el itinerario de estas excursiones. Después de todo, ya sabes que acabaremos en la cama, con un vaso de whisky y planificando proyectos inútiles. Inevitablemente, es lo que tienen los sábados. Al final, todos son iguales.

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