domingo, 17 de noviembre de 2013

La cita

Cuando la vio, se le quedó congelado el trago en la boca. No acertó a poner el vaso en la barra y el vidrio estalló en el parqué. Ella, que estaba cerca, miró este insignificante incidente, pero la mirada se le quedó clavada en aquel hombre. Siempre lo imaginó así: con la camisa celeste, el cabello desordenado, las manos sensibles y un cierto olor a whisky que no le desagradaba. Él, por el contrario, no solía perder los nervios ante situaciones como aquella. Su currículum avalaba años de éxitos con mujeres de todo tipo y clase, una reputación de Casanova difícil y cotizado, y un halo de hombre solitario que a ellas les gustaba.

Le pidió perdón por si le había provocado algún extravío con su manera torpe de actuar. Pero ella le dijo que no se preocupara, que el líquido no le alcanzó y que a cualquiera le podría ocurrir algo así. Nunca la había visto en aquel antro de mala muerte en el que él mataba las horas muertas. Ella le dijo que era la primera que entraba en el local y que había quedado con alguien. Lo siento, le dijo, iba a invitarte, pero si te esperan. Bueno, mientras espero, dijo ella, mejor acompañada que sola. Esperaron, eso sí, pero nadie llegó o preguntó por ella.

Empezó a ponerse nerviosa y después se despreocupó por completo por la tardanza. Tenía una mirada fija de loba cansada, y una presencia cuidada de mujer seducida antes que seductora. Le gustaba su perfume que no identificada, el movimiento armónico de sus manos, sus piernas hechas para el ojo del hombre. Creo que ya no espero a nadie, le dijo. Él no supo qué añadir. Estas situaciones le resultaban incómodas y ajenas. Lo siento, acertó a decir, a veces ocurre. No importa, dijo ella. Gracias a la torpeza de tus manos –se refería al incidente del vaso, cuidado- y a su ausencia, te he conocido. Bebieron y hablaron sin importarles el tiempo.

Desde la otra esquina se les veía sonreír, cruzarse las manos en el aire, gesticular como dos criaturas que quieren conocerse muy deprisa. Desde la esquina vi que se acercaban el uno a la otra, vi que se besaban y reían a carcajadas, como si el mundo que estaba delante de ellos no les importara en absoluto. Los vi salir juntos, bajar la calle hasta la parada de taxis. Los vi subir a un vehículo y observé cómo el coche subía la misma calle, y cuando estaba a mi altura vi que iban abrazados y besándose en el asiento trasero. Ahora sé que nunca debí llegar tarde a esa cita. Y menos aún, esperar emboscado donde ellos no me veían.

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