domingo, 10 de noviembre de 2013

Las noches son largas

Entró en el bar sin saber exactamente dónde estaba. A esa hora ya eran muchas copas para hacer cuentas. Había bebido mucho, pero no suficiente para entender que la había perdido. Ella se lo dijo a bocajarro, esto se acabó. Y él se quedó ahí: inhiesto, vacío, torpe. No le dijo nada, qué le iba a decir. Cuando ella se fue –algo que hizo al instante-, él se dio la vuelta y entró al primer antro para beber y olvidar sin control. El primer objetivo fue fácil de cumplir. El segundo, no tanto. Cuando salió, vino adonde nosotros estábamos sentados.

Lo vimos entrar fuera de sí, bebido hasta donde ya no podía más. Esto se acabó, le dijo a nadie. Todo se acabó. La pelirroja que lo escuchaba sin interesarle lo que decía y que estaba a su lado, le respondió por puro mecanismo: todo se olvida, cariño, dímelo a mí. Él la miró sin saber quién hablaba ni por qué se dirigía a él. Todavía necesitas beber más, le dijo. Siéntate a mi lado y cuéntame tu historia, seguro que me suena. En sus palabras había un gesto de conmiseración que lo convenció y también un aire de entenderlo todo que le perturbó. Pero ya era tarde. Invítame a algo, le dijo, y después me cuentas. Las noches, a veces, dijo ella mirando la noche, son largas y desabridas.

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