martes, 26 de noviembre de 2013

Poniatowska

Durante años busqué en todas las librerías un libro que no me dejaba dormir en paz: La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska. En uno de mis viajes de México logré localizarlo: solo quedaba uno en la editorial. Después sospecho que lo habrán reeditado alguna vez. El libro cuenta la represión llevada a cabo por el presidente Gustavo Díaz Ordaz en 1968. Todavía hoy la cifra de muertos en aquella matanza en la que fallecieron sobre todo estudiantes nadie la ha podido concretar.

El libro es una narración coral, en el que la autora presta la voz a los estudiantes y maestros presos en la cárcel de Lecumberri (donde anduvo preso también Álvaro Mutis), pero también recoge frases publicadas en la prensa, eslóganes de las pancartas, grafitis, gritos que coreaban los manifestantes. Todas las voces que ninguna memoria hubiera podido alojar en su seno están recogidas en este volumen. Sorprende la generosidad de su autora, que apenas habla en este libro, o bien dicho de otro modo, ella habla por todos porque fue quien recogió en estas páginas la voz de todos aquellos que se quedaron sin palabra. Como bien ha escrito Rosa Beltrán, Poniatowska es una de las autoras pioneras en la inclusión de la oralidad y la transtextualidad mucho antes de que estos términos fueran adoptados y puestos en valor por la academia.

Hace un par de años la conocí cuando vino a España a presentar su novela Eleonora, en la que dibuja con trazo melancólico y seguro la vida de la pintora inglesa Eleonora Carrington. Era una anciana guapa y pulcra, con una sonrisa inevitable que contagiaba a todos, menuda y elegante, con un pelo blanco y desordenado a su antojo. La Poniatowska mantenía una estrecha amistad con la Carrington, de la que decía que era muy mal hablada –lo decía riendo-, y a la que le encantaba el pastel de chocolate y de vez en cuando tomar un “tequilita”.

Leonora tenía entonces 95 años y vivía en México. Le pregunté por su estado. Y Leonora me dijo: “Voy a verla cuando regrese a México, pero sí, cuando yo me fui, la vi un día antes de tomar el avión y sí sentí que había dado un bajón, que no estaba tan bien como antes”. No sé si llegaron a verse. Un par de semanas después, esa inglesa mal hablada falleció. Ahora a Elena Poniatowska le han concedido el Premio Cervantes. Leo su dedicatoria, donde me escribe su dirección y su teléfono. “Si te pasas por México, hazme una visita”, me dijo. Claro que lo haré. Solo por haber escrito La noche de Tlatelolco –un título que nunca logro memorizar- se merece un reconocimiento como el Premio Cervantes, una razón justa para que con él la memoria colectiva no se atreva a olvidar a todos los muertos y reprimidos en la noche de Tlatelolco.
PARA LA FOTO

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