jueves, 14 de noviembre de 2013

Una pesadilla

Cuando despertó, tenía un sabor dulce en la garganta, como de haber tomado uvas en los sueños. Se miró al espejo y no se reconoció. Tenía otra edad, las manos más delgadas y el rostro más hecho a otros años posteriores. Las arrugas apenas interferían en una edad que no acertada a concretar. Acertó a decir dos o tres palabras y supo, con certeza, que no era su voz. No puede ser, dijo ella. Pero reconocía la habitación y los objetos que fueron parte de su vida. Su marido dormía al otro lado de la cama. También él tenía otra apariencia y en su dormir placentero se adivinaba una vida anterior plena de satisfacciones. Lo vio entrado en años, con una belleza todavía varonil y seductora, pero con la sensación también confirmada de que los años no pasan en balde. No le dolió advertir la verdad, sino habérsela tropezado de golpe sin anuncio previo. Volvió a acostarse con la esperanza de que, al despertar, todo hubiese una pesadilla olvidada.

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