domingo, 5 de enero de 2014

Después de las fiestas

Ahora que la lluvia ha amainado y que las fiestas apagan las luces, ahora que las calles están limpias de confeti y de caramelos sin sabor, ahora que el bullicio y el ruido de la música prefabricada se han apagado momentáneamente, ella se ha sentado sola en la terraza de este café. Ha pedido un café con leche y una botella de agua carbónica. Ha encendido un cigarro. A veces, muy de tarde en tarde, le gusta fumar.

Mira a su alrededor y este silencio recobrado le recuerda que su alma está en paz. Hay una monotonía indescriptible en la ciudad, una sensación de cansancio general que a ella le alivia. Este ajetreo diario ya recuperado a ella le gusta. Es como si todo volviese a donde estaba en un principio, como si las fiestas rompieran ese ritmo monótono de los días que ella necesita para sentirme bien. Ahora que las fiestas cierran sus puertas, ella respira a fondo un aire que quiere y que necesita.

Hay en esta vulgaridad da cada hora una filosofía de la supervivencia escondida en todos los poros del aire, como si el propio aire fuera un elemento decorativo más de este paisaje monótono que es la vida. Ella mira a su alrededor y sabe que detrás de cada muro y delante de cada árbol hay trozos dispersos de una felicidad sin estrenar, que han pasado inadvertidos a los habitantes de esta alegría furtiva que se fue para volver, como siempre hace, y que impregnan los rincones turbios y menos visibles de la existencia.

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