jueves, 16 de enero de 2014

El tiempo

Ahora que ella no está, es cuando él se aflige. Cuando están juntos, lo pasan bien. A una y a otro les dicen, todos les dicen, que por qué no apuestan por vivir juntos, que por qué no se deciden de una puñetera vez a un compromiso más intenso y firme, menos casual y voluble. Él, por su parte, lo ha pensado. Ella, como es lógico, también lo ha pensado. En su caso, muchas más veces. Cada uno vive en su propio apartamento, en la calle de su ciudad. Cada cual en un país distinto. Muy lejos el uno del otro.

Cuando el amor está ahí –eso ellos no lo sabían-, la distancia tampoco logra echar encima demasiado óxido. El tiempo, sí, hay que romperlo, pararlo, tirarlo a la cuneta, que no circule. Porque en él va la vida, tan efímera y bella, tan frágil. Él, ahora, se pone a pensar. Tiene el teléfono cerca, muy cerca, y la mano diligente para marcar un número, para decirle sí, vente para acá, para siempre. Todavía no lo ha hecho. Siempre es cuestión de tiempo. Y ahí es donde nos equivocamos. Pero nadie se lo puede decir. Son decisiones propias, o algo así. Vamos, que se trata de su vida, de sus vidas, de ellos. Se trata de saber hacia dónde queremos ir, antes de que el tiempo nos venza en nuestras indecisiones.

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