sábado, 25 de enero de 2014

Melancolía

Ella se fue, claro, se fue. Era inevitable. Lo quería a él, sin duda, por supuesto que lo quería. Pero se fue. Ocurrió como en las películas. O las películas lo copian de la vida. Todo puede ser. El caso es que se fue, aunque lo quería. Le dijeron a ella que él andaba con otra, y ella lo creyó. Lo creyó por cómo la describieron: alta, bien puesta, de tetas altas y embestidoras, de pelo rubio matón, ya sabes, de manos suaves y tentadoras, de labios pecadores, de piernas largas, de cintura de actriz, de piernas largas de atleta. Lo tenía todo, vamos, y ella lo creyó. Y todos pensaban cómo él iba a ser capaz de tirarse a un monumento como aquel. Pero, ya ves, los milagros a veces ocurren. Y él, sin ser el más fino ni el más dotado, fue y se la llevó. Cómo pasó, nadie lo sabe del todo. Hay muchas versiones, y es de suponer que todas falsas. Ya sabes cómo son esas cosas.

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En fin, dicen que ella entró al bar, y estaba tirado en la barra, como esperándola pero sin esperarla que estaba. Él estaba como siempre, bebiendo gintonics baratos, peleones, de esos que bebíamos cuando éramos jóvenes. A él le siguen gustando y se los bebe a placer. Las cosas como son. Ella entraba, como te decía, y se fue derechita a la barra, como si lo estuviera esperando. Él la miró o no, quién sabe, pero se ve que se pusieron a hablar, a sonreír primero, a reír después, alto para que se les escuchara, para que todos supiéramos que disfrutaban del encuentro. Se fueron acercando, tú sabes cómo son esas cosas, van pasando sin que te des cuenta, y cuando lo adviertes estás montándotela sin saber por qué pasó. Así estaban. Cada vez más cerca, diciéndose cosas tontas, estás muy guapa, o así, ella acercando las manos a zonas de peligro, él dejándose llevar por los acontecimientos, modificando los acontecimientos, tentando a los acontecimientos. Fue así no más que empezaron a besarse delante de todos.

Se besaban y se frotaban los cuerpos, sudando casi, sudando ellos y nosotros. Nosotros de ver y ellos de frotarse, de desearse. Así que se fueron al poco rato, después de pagar lo que bebieron. Bebieron bastante o mucho. No sé qué es bastante o muncho. Pero bebieron. Cuando se iban tenían los dos ojos iluminados, fuera de sí. No sé si tenían los ojos iluminados o luminosos. El lenguaje no es lo mío. El sudor era fino, de ese sudor que huele a deseo a distancia. Un sudor de pequeños granos que no deja de brotar, como si saliera del corazón o de muy adentro, de donde nunca sale el sudor el otro, el malo, el que huele a cansancio o enfermedad. Ellos olían bien, de otra manera, de lejos. O éramos nosotros que transpirábamos también. No sabría decirte.

Se fueron. Ya no sabemos más. Y se lo contaron a ella. No hizo más que entrar y a ella le contaron que él se había ido con otra que no conocían, que parecía una actriz por lo envalentonada que era, por el papel que representó, que nos dejó a todos con los mocos colgando de envidia. Y ella se fue a llorar a aquel rincón, sola, casi desmayada, rota por dentro y por fuera. Se metió en aquel rincón sin querer hablar con nadie más. Estuvo allí digiriendo ese mal trago, sin mirar a nadie, como si el mundo comenzara a importarle poco o nada, ausente de todos y a todo. No bebió nada. Después se fue sin decir adiós a nadie, como si no la conociéramos o nunca nos hubiera visto. Se fue hasta hoy.

Él, sí, volvió, al día siguiente, como todos los días. La actriz, o lo que fuese, no apareció más por allí. No era de este lugar. Mujeres como ella no son de ninguna parte. Él se quedó, reconcomido de melancolía. No sabemos si de una o de otra, o de las dos. Todo puede ser. Desde entonces, no se le ha conocido más mujer. Vive de los recuerdos. Que cuánto hace de aquello, preguntas. No sabría decirte. Pero ya hace años que pasó. Unos pocos años. Pero la melancolía es lo que tiene, que nunca se va o tarda mucho en irse, si se va.

Se queda adentro removiendo los recuerdos de aquella manera, que te aíslan de la vida por un tiempo o para siempre. La melancolía se queda haciendo agujeros en los recuerdos, como roedores con el queso. Imagina una foto con agujeros. A veces es difícil de diferenciar de otra. Pero tú sabes que aquello estaba allí. Pero la foto se va yendo hacia alguna parte, lo que había en ella se difumina así porque sí, sin solución. La melancolía es lo que tiene. Tiene algo de enfermedad o es una enfermedad muy interna. No es de afuera. Es de adentro, de adonde nosotros solos no sabemos llegar, y cuando entramos no sabemos salir. La cosa es así.
Le valió la pena, me pregunto a veces. Creo que sí. Porque cuando alguien se queda tan colgado para siempre es que le valió la pena vivir aquello. Vivir para no vivir después, tal vez. Pero a mí nunca me pasó nada de eso. Y cuando lo veo, envidio su estado de abandono, porque pienso que la vida estaba donde está él, y no aquí. La vida está, pienso a veces, donde pasan las cosas, no donde todo está controlado y programado. Será una tontería, pero hay momentos en que lo pienso y es entonces cuando me siento más vacío que él, más perdido, porque me muero por afuera, y no por dentro.

Y creo que eso debe ser malo, muy dañino. Porque no siento ningún dolor, como si nunca hubiese sufrido. Sufrir de no haber sufrido es lo peor. Créeme. Es la peor tristeza. La de haber visto la felicidad a tu lado, la de haberla detectado y no haber podido cogerla o habérsela arrebatado a alguien. Es la herida más triste. Créeme. Eso es la melancolía. Una herida que nunca cicatriza, que nunca se te va, que te va matando ahí donde nace la vida, ahí donde tan pocos logran entrar, ahí donde yo, para mi desgracia, nunca estuve.

1 comentario:

  1. Mujeres como ella no son de ninguna parte. Él se quedó, reconcomido de melancolía. No sabemos si de una o de otra, o de las dos.

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