domingo, 20 de abril de 2014

Adiós, Gabo

Llevo dos días leyendo informaciones, crónicas y artículos sobre Gabriel García Márquez. Ahora escribo escuchando boleros. ¿Cómo homenaje personal? ¿Cómo un método para no sucumbir a las tenacidades de la vida? Tal vez ahora poco importe. Lo conocí en 1986 en Sevilla, con la Torre del Oro como telón de fondo. El Correo de Andalucía fue el único diario local que lo localizó. Era un domingo de septiembre. Un camarero del restaurante Río Gran nos dio el aviso. En otros años, los taxistas eran delatores de la policía, y los camareros lo eran de los periodistas.

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Tenía unos ojos muy oscuros y una mirada penetrante y adivinadora. Sus manos eran femeninas; las espaldas, anchas; el bigote, denso; la palabra, precisa. Le gustaba hablar, pero siempre buscando la frase precisa, el aforismo inteligente no exento de ironía y de una sonrisa siempre presente que le marcaba un sesgo que nunca logró borrar del todo en ninguna fotografía. Yo tenía entonces 28 años, me había leído y releído su biografía y su obra hasta la saciedad, pero siempre acababa encontrando, por debajo de la epidermis de cada párrafo, una relectura encubierta que ampliaba el horizonte estrecho de la primera vez. Él había cumplido los 58, escribía El amor en los tiempos del cólera y algunos cuentos cuyo título aún no adivinaba.

Eran las 22.22 de este jueves santo cuando recibí un mensaje de Miguel Ángel León. Antes de leerlo, se lo dije a mi hermano: “Ha muerto García Márquez”. La noticia tenía que darla él, que fue el fotógrafo que ilustró aquella entrevista de 1986. Como nos enteramos por sorpresa de su presencia en Sevilla, le pedí que me dedicara el libro que llevaba en lo alto, de su amigo Julio Cortázar. Mercedes Barcha, su mujer, lamentó la pérdida del escritor argentino: “Julio, pobrecito, qué pena”. El libro, titulado Argentina: Años de alambradas culturales, era una recopilación de textos sobre la dictadura militar este país. Gabo me dijo que no lo conocía, y yo le dije que era una obra póstuma, recién aparecida en las librerías. La dedicatoria es distinta a todas y es hermosa: “Para Antonio, en nombre de Julio”.

Hace unas semanas escribí en este blog sobre su 87 cumpleaños. Fue como una premonición. Ahora ya no está con nosotros, o tal vez lo está como lo estuvo siempre: en sus libros. Me lo volví a encontrar en Cuba casi veinte años después. Como algunos curas, no me soltaba las manos y tenía el tono de su voz un cierto aire de predicador laico que no le reconocí en Sevilla. En 2006 volvimos a reencontrarnos en México y viajamos en el mismo avión de México DF a Guadalajara. Se apoyaba en el bastón para andar y se le veía ya en los años una vida marchita que no se decidía a abandonarle o que él bien la engañaba hasta hace solo unos días.

Un día de estos volveré a releer alguno de sus libros y esperaré a que la familia publique esas obras inéditas y póstumas para que me resucite un recuerdo que todavía no doblego al olvido. Tal vez ahora sea el momento de escribir todos aquellos proyectos que siempre fui abandonando al paso del tiempo, esas reflexiones sobre su periodismo y su literatura, sobre su modo disciplinado de trabajar y de renovar las técnicas de la escritura.

A los 15 años me leí El coronel no tiene quien le escriba. Esa escritura fría y contenida me atrapó para siempre. Ahora estoy en el restaurante Río Grande, escribiendo en una libreta de alambres sus respuestas a mis preguntas. El me observa mientras escribo y todos callan. Mercedes, su mujer, su hijo Rodrigo, Chamaco el torero, Miguel Ángel el fotógrafo. Él me dice, con los ojos fijos y profundamente negros, que está escribiendo la que será su mejor novela. Mi gesto de duda no le agrada, pero no dice nada. Lo repetirá después muchas veces, tal vez para desembarazarse de ese sambenito de que Cien años de soledad es su obra maestra. Pero ya sabía entonces que la sombra de ese libro es alargada e inmortal. Como su propia figura.

Adiós, Gabo, amigo.

3 comentarios:

  1. Antonio, Me han contado que en esta entrevista le descubriste un error de secuencia en "Cien años...", un personaje que salía cuando ya estaba liquidado o algo parecido ¿es cierto?

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