lunes, 5 de mayo de 2014

Frente al mar

Miró el mar de un azul de mar común y reconocible. La primavera, definitivamente, había desgajado las tormentas de abril y el mercurio anunciaba una semana de luz y calor. Se sentó en la arena, rodeado de gaviotas que desafiaban a los turistas un territorio ocupado. Esta vez el mar le pareció más abarcable que en otras ocasiones. Es como si aquel espacio infinito que se perdía en lontananza cupiera en una sola mirada. Aunque sabía que no era así, no le importó deformar aquella realidad hasta reducirla a un ámbito más estrecho y próximo.

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Después de todo, es lo que hacemos con los sueños, pensó. Y del mismo modo pensó también que aquello se podía hacer con la realidad de cada día. En cualquier caso, se necesitaba de un empeño más sólido y de unas artes que cualquiera no domeñaba. Cierras los ojos, pensó, y todo lo puedes cambiar de lugar, y puedes alterar los colores y los olores, y trabucar las funciones de los objetos y administrar la magia de esa razón tan poco lógica.

Pero despiertas, pensó, y cada cosa vuelve a su origen, y el tiempo se rige por ese ritmo armónico e inalterable que nos desgasta la vida como si fuera un viento liviano que se mete en la piel a nuestro pesar. Abre los ojos y el mar está ahí delante, como siempre estuvo, como ahora lo está, con una brisa que conoce y que le parece su segunda piel. Se pone en pie y camina evitando las olas, dejando en la arena huellas de arena, invisibles, de nadie.

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