viernes, 23 de mayo de 2014

Globos

Mirando al infinito, ve un paisaje que siempre quiso. Un ejército de globos aerostáticos cruza el cielo limpio y lo mancha de color. Siempre soñó con volar, cruzar como un halcón la península observando de modo imparcial la vida que se quedaba abajo, a pie de tierra, arrastrándose por la tierra, tragando tierra, sepultada en la tierra.

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El vuelo es tal vez un vacío existencial, una probabilidad imposible de describir el mundo a distancia sin abandonar el mundo. Escabullido entre nubes, espoleado por el viento, a merced de la lluvia y de las tempestades, pero siempre surcando el aire que respiramos, metido en él, si se puede, ajeno a la gravedad de la tierra y a los horarios establecidos, viviendo como un pájaro sin serlo, habitando un sueño con los ojos abiertos, mecido por una espuma inexistente que le eleva a su antojo y le lleva o trae sin motor, sin alas, sin radares, de allá para acá.

Cuando los globos aerostáticos, donde él nunca subió, se pierden en ese paisaje inexplorado del aire, el hombre vuelve los ojos a la tierra y maldice la condición humana. Piensa que puede levitar cualquier día. Mientras tanto, le basta con soñar y mirar al cielo. Le basta también, aunque parezca una paradoja, con pisar tierra firme. Aunque él no lo sepa.

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