domingo, 1 de junio de 2014

Sombras

No descuides los días vacíos, en los que la mano izquierda acecha movimientos ajenos sin que lo perciba la mano derecha, o bien penetra en agujeros insalubres y cruza túneles sin luz que conducen a ninguna parte y, al final, donde nadie habita, tal vez reine la noche de modo indefinido. Mejor será esperar el día, que la luz inunde la habitación y el olor a café recién hecho nos despierte del abismo.

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Afuera, donde ahora no estás, la ciudad fluye en su tráfico insondable de caos orquestado, y en los escaparates donde nadie se detiene un maniquí viste el traje que nadie quiere y que las revistas de moda anuncian con intenciones comerciales y a todo platillo, pero sin música. Entre esta y otras calles, hay un mundo reciclado que pasa desapercibido a los viandantes, que huyen hacia donde ellos mismos se dirigen, en una espiral sin control que define sus vidas sin que, generalmente, alcancen a entenderlo en toda su complejidad.

Más allá, donde los sueños se venden a precios de costo, envueltos en papel de estaño, sin fecha de caducidad, los mismos ciudadanos que desecharon otras posibilidades, adquieren estos productos sin leer la letra pequeña y después, cansados de andar extraviados en ellos mismos, se encierran en sus hogares dispuestos a desembalar la mercancía con la prisa de una parturienta.

Y allí, solos con ellos nada más, abren esos sueños rotos como si fueran parte de ellos mismos, y se disponen a ingerirlos sentados a la mesa, con una copita de licor amargo y unas cucharadas de resignación. Más tarde, buscan la cama, y ya inmersos en aquel mundo onírico que no es suyo, creen imaginar una vida que nunca existirá. Después, duermen como recién nacidos, hasta que un nuevo día les golpea con luz las sombras que les pierden.

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