miércoles, 4 de junio de 2014

Aquí hay que estar

Cualquiera puede pensar que este hombre se equivocó. Él mismo lo confiesa sin necesidad de que un verdugo le apriete las tuercas. Sabe de sus errores y sus aciertos. Aciertos que, por cierto, tampoco fueron pocos. Pero los errores echan raíces como las malas hierbas en cualquier lugar y crecen sin necesidad de riego y, contra todo pronóstico, esquivan tiempos grises y trampas encubiertas. A veces, sin embargo, un mal golpe rompe toda expectativa y nos desvía de la ruta que pretendidamente nos acercaba a un destino ya inabarcable.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Nadie se percata de estos pequeños fracasos, pero anidan en lo más hondo de cualquier ser humano, se alimentan de las vísceras y muestran sus secuelas bastante tiempo después. Entonces ya es tarde. Un día, el cielo se nubla y alrededor nuestro no hay nadie que conozcamos. Miramos el reloj, y ya no importa la hora, porque no hay a dónde ir. Después, este hombre se sienta, sin pensar, pero está pensando.

Posiblemente no lo sabe y tampoco le importe. Tal vez, más que pensar, esté recorriendo su vida como si fuese la vida de alguien que no conoce. No se reconoce ni en los recuerdos ni en los días que le quedan por estar aquí. Piensa que le han cambiado la vida. Y, en efecto, la vida ha cambiado demasiado en muy poco tiempo. No es que le preocupe. Le acongoja. Tiene ganas de vivir, pero no sabe cómo. La muerte, en cualquier caso, no tiene cabida en sus propósitos. Y ahí está el dilema. Estar sin saber por qué ni para qué. Y sobre todo, hasta cuándo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario