lunes, 19 de mayo de 2014

Teléfonos

Después colgó el teléfono. Si alguien lo hubiese visto en ese momento, sabría que tenía el rostro pálido, las manos frías, la boca seca. Sabría también que no estaba para pronunciar palabra alguna. Ella le había dicho que todo se había acabado, así como así, sin otra razón o explicación que esa. Él entonces cuelga el teléfono. Ya se ha dicho. No es la primera vez que ocurre. Sabe que la vida es un golpe de suerte: en una tanda ganas y en otra pierdes. Sin más.

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Ahora agarra la chaqueta, baja la escalera y sale a respirar. La calle está desierta; la noche, fresca; los bares, prácticamente vacíos. Entra en uno. Es la primera vez que lo hace. No le gusta el aire húmedo y el público tan joven. Pide, como siempre, un whisky irlandés, doble, con hielo. Una muchacha se le acerca. Como siempre. La invita a una copa, le dice el nombre, que está desesperada con la tesis doctoral, que hace calor, que el verano será aburrido y agotador.

Ella le pide el número del móvil y él responde que no tiene, que no suele usarlo. A ella le extraña y eso le atrae más. Han quedado mañana a la misma hora. No puede fallar. Ha decidido huir de los teléfonos. Él sabe, por experiencia, que ellas siempre se escudan en esos números del demonio para decirle adiós.

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